Investidura del Sombrero


Pedro Pablo Jijón Ochoa


Sábado muy temprano, la fragancia del corral se mezcla con el aroma del café recién colado, mañaneando para recorrer a caballo los potreros, caminos veraneros, revisar cercas y corrales; al medio día saborear la bendita provisión del campo litoralense, cuajada, plátano, carne y “chocolos” asados.

Mientras ajusto las espuelas, los caballos perciben, resoplan, relinchan; levanto los ojos al perchero de sombreros, fijo la mirada en el blanco junto al plazarte. En mi memoria vibra el día en que de niño fui investido con mi primer sombrero montubio, por mi tío Don Cesar Antonio Jijón.

En casa, así como se aprenden moral y buenas costumbres, en casa donde se transmiten valores, responsabilidad y respeto, también se aprende y transmite el uso del sombrero y a respetar la investidura del mismo que va más allá de su uso.

Desde siempre hemos aprendido, a descubrirnos del sombrero al entrar a algún lugar cerrado como casas o iglesias, a quitarnos el sombrero en señal de respeto ante una persona, a llevar el sombrero sobre el pecho al escuchar algún himno, o sostener el sombrero en alto para despedirnos. Mi costumbre es tocar el ala de mi sombrero con una leve inclinación de cabeza para saludar y mostrar respeto.

Se ha vuelto costumbre mala ver “ensombrerados” a políticos pidiendo votos en el campo, embusteros hablando a nombre de los campesinos en busca de prebendas personales, ambos grupos vendedores de falacias que no merecen vestir sombrero.

Investirse de un sombrero, es recibir la cultura, es asumir un compromiso social por un pueblo, es involucrarse en la visión de progreso, es investirse de coraje por las luchas justas, pero sobre todo investirse de respeto por los demás y de una vida digna.

Estimado lector, la próxima vez que use un sombrero, piense si solo se viste o se inviste.



Pedro Pablo Jijón Ochoa  es colaborador destacado de Mundo Agropecuario

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