NOBLE GUAYACÁN


Pedro Pablo Jijón Ochoa


En días pasados me llamó la atención un post en la red social X (Twitter) de la periodista y humanista venezolana Mary Carmen Castejón, donde un raro nombre tenía su día nacional, el Araguaney; al analizar el post se trataba de una especie arbórea del bosque seco, el Guayacán como es conocido en Ecuador.

Considero al Guayacán una rareza de la naturaleza, gran parte del año con apariencia gris y seco que es una táctica biológica de adaptación, para luego estallar en vida y colorido, ente los meses de Noviembre y Enero con su ya famosa floración de no más de cuatro días.

Especie natural de bosque seco, de crecimiento lento, raíces fuertes y profundas, la belleza y durabilidad de su madera con alto valor comercial; prospera en zonas secas desde 0 hasta 1.200 msnm, alcanza alturas hasta de veinte metros. La Legislación Forestal promovida por Ing. Pablo Noboa Baquerizo, logró en su momento catalogar esta especie y fomentar su siembra comercial.

Especie sobreexplotada durante muchos años por sus características, como material de construcción para casas, iglesias y otras estructuras durante la Colonia, durmientes durante la construcción del Ferrocarril, tala indiscriminada para venta como madera fina. Sus usos deben ir más allá, como defensa de taludes por sus fuertes raíces, linderos por su larga vida, en actividad silvopastoril ya que las flores se convierten en alimento para semovientes.

Por el desarrollo habitacional de las ciudades, se ha tenido que desbrozar y talar áreas donde predominaba el Guayacán entre otras especies.

Propongo a las empresas constructoras, en su rubro de áreas verdes, implementar la siembra de Guayacanes en parterres y áreas sociales, para así conservar la especie y disfrutar del espectáculo de su florecimiento.

Un verdadero placer es penetrar en un cerrado bosque de Guayacanes en flor, a caballo, solo, acompañado por el sonido rítmico de los cascos, a ratos el zumbar de insectos y colibríes, del agradable calor que empapa la camisa y el tafilete del sombrero, y al apearse del caballo poder caminar sobre la amarilla alfombra con el tintinear de las espuelas, luego un total silencio y la suave brisa que produce paz.



Pedro Pablo Jijón Ochoa  es colaborador destacado de Mundo Agropecuario

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