Uno de los primeros oceanógrafos, sir Alister Hardy, comparaba nuestro conocimiento de la vida en el mar con el que podría tener un extraterrestre que, en una Tierra cubierta de nubes, dejara caer una red para hacerse una idea de la ecología del planeta.

Inmaculada Frutos, University of Lodz and Juan Junoy, Universidad de Alcalá
Cuando la red fuera izada, tan sólo algún insecto y algunas hojas llegarían a su nave espacial. Bueno, nuestro querido Alister hablaba de un globo aerostático, pero podemos imaginamos a un alienígena tecnológicamente más avanzado.
Algo así nos ha pasado durante décadas a los estudiosos del medio marino: dejábamos caer una red o una draga y a partir de lo que recogíamos, debíamos hacernos una idea de cómo era la vida bajo la superficie del mar.
Tal era el desconocimiento de los fondos marinos que incluso se llegó a pensar que estos carecían de vida, lo que llevó a otro pionero en la biología marina, Edward Forbes, a postular la llamada teoría azoica: no había vida más allá de los 600 metros de profundidad. Pero expediciones como la famosa del HMS Challenger, en la que participó Darwin, demostraron que existía vida a cualquier profundidad, desde la orilla hasta los fondos abisales y fosas marinas.
Sin embargo, una cosa es saber que hay vida en los fondos oceánicos y otra conocer las especies que viven allí. Recoger una muestra a más de 2 000 metros supone, además de los enormes gastos asociados con una campaña oceanográfica, una gran cantidad de inconvenientes metodológicos, por lo que gran parte de la biodiversidad de la Tierra es todavía desconocida. No deja de ser chocante que nos preocupemos por saber si hay vida en otros planetas cuando todavía no conocemos toda la que hay en éste.
Los diminutos organismos que habitan el fondo
Uno de los grupos ecológicos más difíciles de muestrear es el suprabentos, formado por especies de pequeño tamaño que viven asociadas al fondo. Estos organismos tienen una doble vida: pasan unos ratos nadando sobre el sedimento y otros paseando sobre él.
Se trata fundamentalmente de pequeños crustáceos. Entre ellos tenemos al mismo grupo de las pulgas de playa, es decir, los anfípodos; al grupo de las cochinillas de humedad, los isópodos; a los cumáceos, con una morfología que recuerda a una coma ortográfica, y a los misidáceos, esas diminutas gambitas que tanto gustan a los caballitos de mar.

Para acceder a estas especies, desde finales del siglo pasado, se diseñaron una serie de aparatos de muestreo. El que más éxito tuvo es el denominado trineo suprabentónico.
En forma de caja, este dispositivo se va deslizando por el fondo sobre unos patines, siendo remolcado por el cable del buque oceanográfico. Sobre el armazón se extienden unos grandes “cazamariposas” de nylon cuya malla va filtrando el agua y capturando a aquellas especies de más de 0,5 mm. Cuando el trineo sube al barco, se procede al lavado de las mallas, recogiéndose las capturas en un colector.
Crustáceos con marsupio
Estos crustáceos del suprabentos comparten una característica común: poseen, como el canguro, un marsupio. Las hembras crean una estructura especial, entre las patas, donde guardan los huevos y sirve de cámara de incubación en la que ocurre el desarrollo larvario.
Precisamente esta característica, esta cámara, da nombre al grupo que pertenecen, los peracáridos, que en una etimología libre podríamos citar como los “crustáceos con bolsa”. Además de los grupos citados anteriormente (anfípodos, isópodos, cumáceos y misidáceos), se incluyen entre los peracáridos siete órdenes más de crustáceos.
Desde el punto de vista ecológico, el cuidado de la prole conlleva un mayor éxito reproductivo, pero a diferencia de otras especies, estos crustáceos pierden la capacidad de dispersión que tienen las larvas de otros invertebrados marinos. Hay, por tanto, menor flujo genético entre estas especies que en aquellas que pueden dispersarse con larvas plactónicas, que viajan en la columna de agua. Estas últimas presentan distribuciones más amplias, mientras que entre los peracáridos hay un mayor número de especies endémicas: algunas tan solo se conocen de una única localización.
El papel ecológico del suprabentos
Los zoólogos estamos acostumbrados a escuchar a menudo la misma pregunta: “Y eso… ¿para qué sirve?”. En el caso que nos ocupa, debería ser suficiente responder que para conocer las especies de nuestro planeta, ya que el suprabentos presenta una elevada biodiversidad. Además, este grupo realiza una serie de servicios ecosistémicos.
Constituyen un eslabón básico en las cadenas tróficas marinas, ya que son consumidos por muchas especies de peces y de crustáceos. A su vez, consumen todo tipo de alimento, desde detritus hasta fito y zooplancton e incluso especies bentónicas. Asimismo, desempeñan un papel fundamental en el reciclado de la materia orgánica depositada en el fondo, ya que por su gran actividad provocan su resuspensión, dejándola disponible para animales como las esponjas o los corales.
Diversidad escondida
La utilización de los trineos suprabentónicos está sacando a la luz todo un mundo de nuevas especies. Por ejemplo, en el Área Marina Protegida de El Cachucho, en aguas profundas de Asturias, se han encontrado nada menos que 47 nuevas especies del suprabentos. Y en la campaña oceanográfica que estamos estudiando actualmente (KANADEEP2), de muestras tomadas en el sur del Pacífico hasta los 3 676 m de profundidad, es muy probable que el número de especies nuevas para la ciencia supere el centenar.
Su proceso de descripción es largo. Requiere de los taxónomos, especialistas en biodiversidad que describen las nuevas especies, y que, paradójicamente, son una especie en extinción que cuenta con pocas ayudas.
El desarrollo tecnológico está permitiendo que los fondos submarinos sean cada vez más accesibles, más conocidos, superando la comparación de nuestro querido Alister, que seguramente quedaría sorprendido de la cantidad de especies que descubrimos hoy en día.
Inmaculada Frutos, Assistant Professor, University of Lodz and Juan Junoy, Catedrático de Biología Marina, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
