El sector agrario en Andalucía representa un 8,76 % de empleo para una población de 264 788 personas. El 75,17 % son varones y el 24,82 %, mujeres. Esto evidencia la gran sobrerrepresentación de la masculinidad en uno de los ámbitos laborales más tradicionales de esta comunidad autónoma.
Rubén Gregorio Pérez García, Universidad de Jaén and Belén Agrela Romero, Universidad de Jaén
David D. Gilmore realizó un estudio con jornaleros andaluces y observó que “para el trabajador, el campesino o cualquiera que tiene que ganarse la vida, el trabajo es también la responsabilidad –nunca cuestionada– de dar de comer a los que dependen de él”. Esto se traduce en que el varón se ha visto socialmente situado desde una posición privilegiada de poder dentro de las familias por ser el encargado de proveer a las mismas.
Nos preguntamos, entonces, si esta posición privilegiada favorece la construcción de una masculinidad hegemónica en la sociedad andaluza. Y, además, nos preocupa en qué realidades se manifiesta esta masculinidad en la Andalucía más profunda. La deconstrucción de esta masculinidad supone un largo camino para los varones, pero en las áreas rurales este trayecto es largo y, a menudo, también hostil.
En estos contextos no ser “muy hombre” implica ser algo así como una persona vaga, concepto cargado de elementos peyorativos como la insuficiencia o la inutilidad. Esta relación evidencia una vinculación entre la hombría y un código de conducta eficiente (o útil) en relación a los logros laborales. En las zonas rurales, estos logros laborales sitúan al varón en el “centro” de la esfera pública.
Los roles de los varones
Para defender estas posiciones, los varones deben asimilar diferentes roles, estereotipos y, por consiguiente, privilegios que parecieran encontrarse, en principio, más arraigados en los pueblos pequeños. La edad de la mayoría de sus habitantes oscila entre los 40 y 65 años, por lo que podrían presentar más reticencias cuando se trata de (auto)deconstruirse los pensamientos de masculinidad tóxica.
Por todo ello, intervenir en materia de conciencia de género supone un reto más complejo. Además, el éxodo de la población juvenil a las ciudades para la búsqueda de proyección social es otro elemento que dificulta la renovación ideológica por la vía de la juventud y las relaciones intergeneracionales de lo que significa tradicionalmente “ser hombre”. Su éxodo reduce las posibilidades de permeabilidad de las nuevas formas de estar en el mundo siendo varón desde otras dimensiones más igualitarias.
“Ser hombre” en el campo, y más concretamente un hombre heterosexual, que organiza su pensamiento en base a los modelos de patriarcado, supone el derecho de disponer de su vida y de “dar órdenes”. En las relaciones laborales en el campo se crea una jerarquía que posiciona al varón en un lugar de superioridad o inferioridad dependiendo de la relación que tenga con los medios de producción. Si su posición es más cercana a los medios de producción, podrá situarse en una posición de poder superior.
El trato entre los varones en los espacios sociales de trabajo agrarios se vuelve un expositor de las luchas de poder entre los patrones y los jornaleros.
El concepto de hombría en el trabajo
En la Andalucía rural el concepto “hombría” se refiere a la actitud valiente y estoica frente a cualquier amenaza, lo que puede conllevar que los varones asuman mayores riesgos durante el desarrollo de sus labores. El Ministerio de Trabajo y Economía Social ya señaló que el incremento de accidentes en actividades vinculadas con la agricultura, un total de 13 151, corresponde, en su mayoría, a asalariados. Si a esta asunción de riesgos le añadimos las difíciles condiciones laborales presentes en este sector, aceptadas para no perder el puesto de trabajo y su capacidad de manutención, se evidencian los costes de la masculinidad que los varones deben afrontar y que pueden repercutir en su seguridad y salud.
Rechazar estos trabajos no es una opción popular. En las zonas rurales de Andalucía, el concepto de “golfo” es acuñado para referirse a quien que renuncia a su derecho de responsabilidad y virilidad por no trabajar, esta representación vislumbra cómo los varones son “empujados” a asumir situaciones de riesgo dentro de sus labores en el campo. Como consecuencia, ser “bueno como hombre” supone fundar y mantener a la familia sin que importe el coste personal.
Si analizamos los estudios de las masculinidades observamos que no se están pensando desde los pueblos, sino desde las ciudades. Y eso supone una legitimación de los roles de género en ese segmento de la población que, con la desertización de estas zonas, están abocados a desaparecer.
Rubén Gregorio Pérez García, Trabajo Social. Área de Trabajo Social y Servicios Sociales, Universidad de Jaén and Belén Agrela Romero, Profesora Titular de Universidad. Trabajo Social y Servicios Sociales. Estudios de Género y Migraciones, Universidad de Jaén
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.