La naturaleza tiene un ritmo preciso, afinado por millones de años de evolución.
Redacción Mundo Agropecuario
En ese engranaje, las plantas florecen cuando la temperatura, la humedad y la duración del día son las adecuadas, y los insectos polinizadores emergen justo a tiempo para aprovechar el néctar y cumplir su función. Pero ese calendario biológico está siendo desajustado por el cambio climático. En toda América Latina, científicos y agricultores observan alteraciones en los tiempos de floración, pérdida de sincronía entre plantas y polinizadores y una creciente incertidumbre sobre la estabilidad de los ecosistemas agrícolas.
Durante las últimas décadas, las temperaturas promedio han aumentado entre 0,8 °C y 1,2 °C en amplias regiones del continente. Ese incremento, aunque parezca pequeño, es suficiente para modificar los relojes biológicos de plantas e insectos. Muchas especies florales, especialmente en zonas tropicales y subtropicales, están adelantando su floración varias semanas respecto a sus patrones históricos. Mientras tanto, abejas, mariposas y otros polinizadores responden a señales diferentes —como la duración del día o la disponibilidad de alimento en etapas tempranas— y no siempre logran coincidir con el momento de máxima floración.
El fenómeno, conocido como desincronización fenológica, puede tener consecuencias profundas. Si las flores abren antes de que los polinizadores estén activos, la reproducción vegetal se ve comprometida; si los insectos emergen antes, se encuentran con un paisaje sin recursos y disminuyen sus poblaciones. En cultivos dependientes de la polinización animal, como el café, la manzana, el aguacate o la maracuyá, esa falta de sincronía puede traducirse directamente en pérdidas de rendimiento y calidad.
La evidencia más clara proviene de estudios realizados en la región andina y en el sureste de Brasil. En los cafetales de Colombia, por ejemplo, investigadores han documentado floraciones más cortas y concentradas, lo que reduce las oportunidades de visita de las abejas. En ecosistemas de alta montaña, especies nativas de Bombus (abejorros) enfrentan temperaturas extremas que alteran su capacidad de vuelo y su rango altitudinal, desplazando su actividad hacia zonas más frías. Este tipo de cambios no solo afecta la agricultura, sino también la conservación de plantas silvestres que dependen de esos polinizadores.
Otro factor relevante es la variabilidad climática: lluvias fuera de temporada, sequías prolongadas y olas de calor que confunden los ciclos de desarrollo. La floración, que depende de la acumulación de grados térmicos y del fotoperiodo, se vuelve impredecible. Esto complica la planificación de cosechas y la gestión de colmenas. Algunos apicultores reportan que sus abejas producen menos miel o la recolectan en momentos inusuales, lo que demuestra la magnitud de los cambios.
La ciencia intenta responder a este desafío con monitoreo fenológico, modelación climática y programas de conservación de polinizadores. Varias universidades latinoamericanas colaboran en redes de observación que registran los tiempos de floración y las visitas de insectos en diferentes altitudes y climas. Los datos ayudan a predecir qué especies corren mayor riesgo de desajuste y a diseñar estrategias de mitigación, como la diversificación de cultivos, la siembra escalonada y la creación de corredores florales que garanticen alimento todo el año.
En paralelo, los agricultores empiezan a adoptar medidas adaptativas. En zonas de producción frutícola, se están seleccionando variedades con distintos requerimientos de floración para compensar los cambios de temperatura. Algunos productores integran cultivos melíferos o setos vivos que sirven de refugio y alimento a las abejas durante los periodos críticos. Estas prácticas, además de sostener la polinización, mejoran la biodiversidad y reducen la erosión del suelo.
Pero no hay soluciones rápidas. La estabilidad de la floración y la polinización depende de múltiples factores que se están alterando simultáneamente: temperatura, humedad, cobertura vegetal, contaminación y uso de agroquímicos. Mantener la resiliencia de los ecosistemas agrícolas latinoamericanos exigirá combinar conocimiento científico, políticas públicas y manejo local. La educación ambiental y la protección de hábitats naturales son pasos imprescindibles para que el delicado diálogo entre plantas y polinizadores no se rompa definitivamente.
El cambio climático no solo amenaza la productividad; amenaza la armonía de los ciclos naturales. Entender esa relación es fundamental para asegurar el futuro de los alimentos y de los ecosistemas que los sustentan.
📚 Referencias
FAO (2024). Pollination and Climate Change in the Tropics: Risks and Adaptation Strategies.
López, M. et al. (2023). Phenological Mismatch Between Plants and Pollinators in Latin America. Global Ecology Reports.
Instituto de Ecología UNAM (2024). Variabilidad climática y floración en ecosistemas tropicales.
