La nutrición mineral del suelo: cómo los microelementos definen la calidad de los cultivos


La productividad agrícola no depende únicamente del nitrógeno, fósforo y potasio.


Redacción Mundo Agropecuario

Aunque estos tres macronutrientes encabezan las fórmulas de la mayoría de los fertilizantes comerciales, los microelementos —zinc, boro, manganeso, hierro, cobre y molibdeno, entre otros— ejercen una influencia decisiva sobre la salud del suelo y la calidad de los cultivos. Son los ingredientes invisibles que, en dosis diminutas, pueden determinar desde el sabor de un tomate hasta la resistencia de una planta a enfermedades.

Durante décadas, el manejo de la fertilización en América Latina se centró en reponer los nutrientes que más rápidamente se agotan. Sin embargo, los suelos tropicales, intensamente lavados por lluvias y con alta acidez natural, son también los más propensos a sufrir deficiencias de micronutrientes. Investigaciones del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) y del CIAT muestran que más del 60 % de las áreas cultivadas con maíz, frijol o café presentan carencias de zinc o boro. El problema no siempre se refleja en una reducción inmediata del rendimiento: muchas veces se traduce en una disminución de la calidad fisiológica del grano, la germinación o el contenido proteico.

El zinc (Zn), por ejemplo, cumple funciones esenciales en la síntesis de hormonas de crecimiento y en la formación de proteínas. Su deficiencia se manifiesta con hojas pequeñas, amarillentas y con reducción del tamaño del fruto. En los arrozales del sur de Brasil, donde los suelos son naturalmente pobres en zinc, la aplicación foliar de 0,5 % de sulfato de zinc ha incrementado la producción hasta en un 15 %.

El boro (B), aunque requerido en cantidades minúsculas, regula la división celular y la germinación del polen. En cultivos frutales como el aguacate o el mango, la falta de boro provoca deformaciones y caída prematura de flores. En Costa Rica, ensayos en papaya ‘Maradol’ mostraron que la aplicación de boro junto con calcio mejoró significativamente la firmeza de la fruta durante la poscosecha, un parámetro crítico para la exportación.

El manganeso (Mn) y el hierro (Fe) actúan como activadores enzimáticos en la fotosíntesis. En suelos con pH alto o exceso de cal, ambos elementos se vuelven insolubles y las plantas no los pueden absorber, incluso si están presentes. Este fenómeno se conoce como “hambre oculta”, porque los síntomas se confunden con deficiencias de nitrógeno o magnesio. En hortalizas de invernadero, la corrección mediante quelatos de hierro (EDDHA) ha demostrado ser la más eficaz para restablecer el verdor y la tasa fotosintética.

A su vez, el cobre (Cu) participa en la lignificación de los tejidos vegetales, lo que refuerza la estructura de tallos y hojas frente al ataque de hongos. Los cultivos de trigo tratados con microdosis de sulfato cúprico han mostrado menores incidencias de roya amarilla. El molibdeno (Mo), aunque casi siempre olvidado, es indispensable para que las leguminosas fijen nitrógeno atmosférico. Sin él, las bacterias simbióticas del género Rhizobium no pueden formar nódulos funcionales en las raíces.

Un concepto emergente en la agronomía moderna es la nutrición equilibrada del suelo, que no solo busca reponer nutrientes, sino restablecer la proporción adecuada entre ellos. El exceso de fósforo puede bloquear la absorción de zinc y hierro; un alto nivel de potasio puede reducir la asimilación de magnesio. Por eso, cada vez más técnicos promueven el análisis foliar y del suelo antes de definir cualquier fórmula de fertilización.

En América Latina, varias empresas cooperativas y universidades están impulsando la fertilización de precisión: programas que ajustan dosis y mezclas según los resultados de laboratorio, el tipo de cultivo y el historial del terreno. Con herramientas digitales, los productores pueden aplicar micronutrientes solo donde hacen falta, reduciendo el gasto y minimizando impactos ambientales.

El uso de biofertilizantes minerales —una combinación de microorganismos solubilizadores de nutrientes con fuentes naturales como roca fosfórica o zeolitas— también está ganando terreno. Estos productos liberan los microelementos de manera gradual, mejoran la estructura del suelo y estimulan su biología. En México y Perú, su empleo ha reducido en más de un 30 % la necesidad de fertilización química convencional.

Más allá de los datos técnicos, la nutrición mineral del suelo tiene una dimensión estratégica: define la calidad nutricional de los alimentos. Un suelo empobrecido produce alimentos con menor contenido de zinc, hierro y selenio, lo cual afecta directamente la dieta humana. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha advertido que la malnutrición mineral del suelo podría estar ligada al aumento de deficiencias nutricionales en las poblaciones rurales.

El futuro de la agricultura latinoamericana pasa, entonces, por volver a mirar el suelo como un organismo vivo y complejo, donde cada elemento cumple un papel irremplazable. En esa orquesta subterránea, los microelementos son las notas finas que definen la armonía del sistema productivo. Su manejo correcto no solo garantiza rendimientos sostenibles, sino también alimentos más nutritivos y una agricultura con visión de largo plazo.


Referencias

  • FAO. (2024). Micronutrient deficiencies in agricultural soils and their impact on food quality.
  • CIAT. (2023). Soil fertility and micronutrient management in Latin American cropping systems.
  • Embrapa. (2024). Micronutrientes en suelos tropicales: diagnóstico y manejo.
  • IICA. (2024). Avances en fertilización de precisión y uso eficiente de micronutrientes en América Latina.


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