Llega el otoño, la temporada de las setas. Centenares de aficionados se disponen a recogerlas en bosques y praderas. Muchos salen a buscarlas con la preocupación de distinguir las comestibles de las venenosas. Pero la realidad es que la mayoría de esos hongos no afectan a las personas en absoluto.
Manuel Peinado Lorca, Universidad de Alcalá
Estadísticamente las intoxicaciones letales por el consumo de setas son muy poco significativas (por ejemplo en España no llegan a la media docena por año), sobre todo cuando se comparan con las causadas por una veintena de hongos invisibles que son potencialmente letales sin que podamos hacer nada para evitarlos.
Más beneficios que perjuicios
El reino Fungi, el reino de los hongos, es posiblemente el más fascinante y enigmático de la Tierra. Existen aproximadamente 150 000 especies descritas, pero los micólogos sostienen que hay unos cuantos millones más por descubrir. Los hongos prosperan en todos los ambientes imaginables, desde los sedimentos de las aguas marinas más profundas y las fumarolas volcánicas hasta los valles secos de la Antártida, donde nunca llueve.
Se suele resaltar el triple papel saprofítico, liquenizante y micorrizógeno de los hongos como una actividad fundamental para la vida tal y como la conocemos. Tanto es así que la colonización de la tierra por las plantas no hubiera sido posible sin la ayuda de los hongos mutualistas hace unos 450 millones de años. Eso ocurrió casi 2 000 millones de años después de que los primeros hongos dejaran huella en el registro fósil.
Eso no quita que a menudo tengan mala prensa por su rol de parásitos. Sobre todo cuando los agricultores luchan contra los patógenos de las plantas, o cuando los organismos silvestres se enfrentan a las amenazas mortales de enfermedades como la quitridiomicosis de los anfibios y el síndrome de la nariz blanca de los murciélagos.
Pero esos perjuicios no deberían eclipsar la enorme gama de beneficios que ofrecen los hongos, a partir de los cuales se han desarrollado antibióticos, medicamentos, detergentes, biocombustibles y se investigan como solución a la contaminación por plásticos.
A todos ellos se une su uso alimentario. Mientras que los occidentales solo consumimos un puñado de especies comestibles, los chinos, que ya habían descubierto la antibiosis hace 2 500 años, tienen una larga tradición y una dieta que incluye hoy más de 1 700 hongos comestibles.
Tampoco hay que olvidar que las levaduras del género Saccharomyces han proporcionado pan, cerveza y vino desde los comienzos de la agricultura. Ni que otros hongos aromatizan los cotizados quesos azules y de corteza blanca enmohecida.
Hongos que amenazan la salud humana
Que los hongos sean tan vitales para nosotros como lo son animales y plantas no ha evitado que sean poco estudiados. Algo insólito teniendo en cuenta que, además, las enfermedades fúngicas son responsables de unas tasas letales similares a la de la tuberculosis y más de tres veces superiores a las de la malaria.
Son tasas asombrosas, especialmente si se considera lo poco que se sabe sobre la biología de los patógenos fúngicos y la falta de reconocimiento de los efectos de sus infecciones en la salud humana. Esas infecciones están detrás de millones de casos de enfermedades, incluyendo la aspergilosis pulmonar crónica e invasiva, la candidiasis, la histoplasmosis o la neumonía, a las que cada año se suman más de diez millones de casos de asma fúngico y otro millón de queratitis.
El pasado 25 de octubre, un informe de la OMS sacó a la luz que las infecciones fúngicas matan a más de 1,5 millones de personas cada año. Desde mohos hasta levaduras y esporas que respiramos inconsciente e inevitablemente, la OMS ha identificado diecinueve patógenos fúngicos como las mayores amenazas para la salud humana.
Todos los hongos incluidos en el informe son microscópicos, y muchos son letales. El informe los clasifica en tres niveles de peligrosidad: crítica, alta y media.
Dos de los cuatro considerados críticos, Cryptococcus neoformans y Aspergillus fumigatus, infectan los pulmones y causan síntomas similares a los de la neumonía que pueden acabar con la vida de los pacientes. Los otros dos son las levaduras Candida albicans y C. auris, capaces de causar infecciones graves potencialmente mortales.
El grupo de peligrosidad alta incluye una serie de hongos Mucorales, un orden que, además del conocido moho del pan, incluye al moho que causa la mucormicosis, una infección que aumentó rápidamente en personas enfermas durante la pandemia de covid-19.
Los hongos infecciosos son oportunistas
Los hongos infecciosos son a menudo patógenos oportunistas. Y eso significa que vivimos con ellos o cerca de ellos la mayor parte del tiempo sin que nos afecten, hasta que se topan con individuos con sistemas inmunológicos debilitados y les infectan.
Por ejemplo, Aspergillus fumigatus es tan frecuente que se puede encontrar en cualquier lugar en el que haya hojarasca en descomposición. Se estima que cada uno de nosotros inhala entre diez y cien de sus esporas cada día. Para la mayoría de las personas, esa inhalación es irrelevante, porque el sistema inmunitario de una persona sana puede defenderse fácilmente de estos patógenos fúngicos. Pero quienes están inmunodeprimidos no pueden defenderse y el resultado puede ser mortal.
La publicación de la lista de la OMS se produce después de la aparición de un número cada vez mayor de enfermedades invasivas relacionadas con la resistencia a los antifúngicos. El origen de esta resistencia es el uso excesivo en agricultura de antifúngicos que contienen sulfanilamidas, que solo pueden administrarse como antimicrobianos en humanos bajo bajo prescripción médica.
Por lo demás, el informe de la OMS recuerda que el cambio climático está aumentando la distribución geográfica de algunos patógenos y provocando más infecciones fúngicas en mamíferos y en humanos, algo que ya conocían los expertos cuando hace tres décadas comenzaron a alertar de que el cambio global podría estar asociado a cambios en la epidemiología de las enfermedades infecciosas. Profecía cumplida.
Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.