En la cuenca alta de Abbay, cuna del Nilo Azul, un equipo de investigadores ha predicho los suelos del futuro: ¿qué pasará con el carbono orgánico del suelo si apostamos por la agricultura regenerativa (retorno de residuos, abonos orgánicos, cultivos de cobertura, agroforestería)?
por la Alianza de Bioversity International y el Centro Internacional de Agricultura Tropical
Su modelización de 50 años revela un panorama mixto: sí, la tierra puede recuperar su fertilidad y resiliencia si la alimentamos más; pero con el calentamiento y las lluvias cada vez más erráticas, estos beneficios se debilitan y varían enormemente según los territorios.
El trabajo fue publicado en la revista Environmental and Sustainability Indicators .
Carbono del suelo: una riqueza oculta pero decisiva
Imagina un tesoro invisible bajo tus pies. Este tesoro se llama carbono orgánico del suelo . Retiene el agua, nutre las plantas y hace que la tierra sea más suave y resiliente. Para las familias agropastoriles, esto significa menos sorpresas desagradables: campos que resisten una lluvia tardía, rendimientos más estables y cosechas que alimentan a los niños incluso en años difíciles.
Pero este capital se está erosionando. Durante décadas, se han talado bosques, se han desviado residuos de cultivos para alimentar al ganado o para estufas, y las lluvias han erosionado las capas fértiles. Como resultado, los suelos han perdido gran parte de sus reservas iniciales de carbono. Y eso no es todo. Las proyecciones climáticas pronostican un futuro más cálido (+2,2 °C para 2070) y más seco, lo que acelera la descomposición de la materia orgánica. En otras palabras: los suelos pierden más rápido de lo que se recuperan.
Sin embargo, cada kilo de carbono que permanece en el suelo cuenta dos veces: limita el calentamiento global e impulsa la productividad local. Es fácil entender por qué los científicos insisten en que el suelo es una herramienta estratégica, tanto para las políticas climáticas de Etiopía como para la supervivencia de las familias agrícolas.
El dilema es la biomasa. Cada paja, cada rama, cada montón de estiércol es codiciado. ¿Debería alimentar a los animales, calentar el hogar o nutrir el suelo? Son decisiones cotidianas, tomadas en cocinas humeantes o en los linderos de los campos, por familias que hacen malabarismos entre las necesidades inmediatas y un futuro incierto.
Sumergiéndonos en el futuro con un ‘gemelo digital’ del suelo
Medir la respiración de millones de parcelas es imposible. Por ello, los científicos han creado un gemelo virtual: un modelo informático llamado RothC. Lo alimentaron con datos sobre suelos, climas y cultivos, y simularon 50 años de cambio. Su método es preciso: cada «píxel» del territorio tiene su propia trayectoria, reflejando el complejo mosaico de la cuenca.
Se probaron ocho escenarios. Cuatro niveles de prácticas agrícolas: desde prácticas habituales hasta un 50 % más de insumos orgánicos (dejar residuos en el campo, aumentar el estiércol, cultivos de cobertura, agroforestería). Y dos climas: el actual y el futuro, más cálido y seco. Esta combinación produjo un vasto panorama que predice el futuro de los suelos año tras año hasta 2070.
Pero estas cifras abstractas se traducen en gestos muy concretos: dejar más paja en el campo, construir un estercolero para evitar pérdidas, sembrar leguminosas que enriquecen el suelo, plantar setos para frenar la erosión. Detrás de cada opción hay trabajo extra —a menudo a cargo de las mujeres— y decisiones colectivas: ¿quién decide el pastoreo? ¿Quién transporta el estiércol? ¿Quién compra las semillas de los cultivos de cobertura?
La gran lección de este enfoque es clara: no existe una solución universal. En el oeste, más húmedo, los suelos pueden almacenar grandes cantidades de carbono. En el este, más árido, ni siquiera los esfuerzos ambiciosos son suficientes. Esto significa que la ciencia no ofrece una receta mágica, sino un mapa: muestra dónde invertir con fuerza y dónde adaptarse pragmáticamente.

Promesas y límites: Cuando el clima reorganiza las cartas
Los resultados son a la vez alentadores y alarmantes. Buenas noticias: si las prácticas cambian, los suelos almacenan más carbono. En un clima sin cambios, las ganancias son espectaculares: hasta 13 toneladas por hectárea a lo largo de 50 años en los escenarios más ambiciosos. Malas noticias: con el calentamiento y la disminución de las precipitaciones, estas ganancias se reducen a la mitad. En algunos casos, los suelos incluso empiezan a perder carbono.
Otro hallazgo: las desigualdades territoriales se profundizan. El oeste, más húmedo, de la cuenca conserva un fuerte potencial de almacenamiento. El este, más seco, ve menguar sus esperanzas, incluso con esfuerzos heroicos. Esto significa que algunas comunidades pueden convertir el secuestro de carbono en ingresos o un activo agrícola, mientras que otras deben centrarse en la adaptación simplemente para sobrevivir.
Más allá de mapas y números, aparecen rostros: los de agricultores que se enfrentan a disyuntivas imposibles: ¿usar paja para mantener viva a una vaca o proteger el suelo de la lluvia torrencial? ¿Quemar leña para cocinar o dejarla reposar para enriquecer la tierra?
Estas decisiones revelan un mensaje político contundente: las prácticas regenerativas no son solo una cuestión de técnica. Requieren condiciones propicias: alternativas energéticas para liberar biomasa, cooperativas para gestionar el estiércol y financiación del carbono para compensar los costes laborales. Sin estas, los escenarios más ambiciosos se quedarán en el papel, lejos de la realidad práctica.
¿Qué sigue? Una hoja de ruta realista
El estudio no se limita al diagnóstico; también propone soluciones. Invita a actuar por etapas. Comience con lo factible: asegurar parte de los residuos, conservar mejor el estiércol y establecer normas locales de pastoreo. Estas sencillas medidas, impulsadas por la comunidad, ya marcan la diferencia.
Luego, amplíen la producción con leguminosas, cultivos de cobertura y agroforestería. Pero estos esfuerzos no deben recaer únicamente en las mujeres. Reducir su carga de trabajo, facilitar el acceso a los insumos y reconocer su papel en los sistemas agrícolas son condiciones esenciales para una transición justa.
Las autoridades locales y los servicios técnicos también desempeñan un papel fundamental. Deben centrarse en los territorios: invertir considerablemente donde el potencial es alto, a la vez que ayudan en otros lugares a salvaguardar la fertilidad con soluciones adaptadas. También deben regular el uso: establecer objetivos para la restitución de residuos, apoyar el almacenamiento de estiércol y fomentar alternativas energéticas.
Finalmente, los donantes y los mecanismos de financiación climática son fundamentales. Sin incentivos financieros, los hogares no pueden asumir el riesgo. Pero si se recompensan las toneladas de carbono almacenadas, si las bonificaciones apoyan los esfuerzos, entonces el secuestro se convierte en una fuente de ingresos, no solo en una carga.
En resumen, el mensaje es claro: aunque el cambio climático complica la tarea, los suelos etíopes pueden volver a ser la base de la resiliencia. Pero esto requiere combinar ciencia, organización social y financiación. El carbono del suelo no es una abstracción: es la clave para un futuro agrícola viable para millones de familias.
Más información: Wuletawu Abera et al., Modelado de la dinámica del COS en tierras de cultivo bajo diferentes prácticas de agricultura regenerativa y un escenario de cambio climático utilizando el modelo RothC en la cuenca de Abbay, Etiopía, Indicadores Ambientales y de Sostenibilidad (2025). DOI: 10.1016/j.indic.2025.100957
