Las mujeres siempre han participado en el cultivo y la producción de alimentos. De hecho, en muchas culturas han sido, durante generaciones, guardianas de las semillas. No obstante, estos aportes han sido minimizados o, en el mejor de los casos, subestimados.
Elba González Aguayo, Universidad de Guadalajara
También en el campo, en América Latina, existe la brecha de género y las mujeres sufren una mayor precariedad, con salarios cerca del 14 % menores que los de los hombres y labores poco cualificadas e intensivas en mano de obra.
Desigualdades en el campo
La participación más básica de las mujeres en la producción agrícola se ha producido históricamente a través de los huertos de traspatio para el autoabastecimiento. Este modelo productivo, apoyado tradicionalmente en técnicas agrícolas artesanales y saberes ancestrales, encuentra una nueva oportunidad como modelo de agricultura sostenible y autogestionada que empodera a las mujeres del campo.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura estima que las mujeres representan el 43 % de la fuerza laboral en el sector agrícola de los países en desarrollo. Pese a esto, a menudo se enfrentan a barreras y desafíos que limitan su participación plena y, sobretodo, igualitaria.
La principal barrera es la dificultad de acceso a los recursos productivos –específicamente a la propiedad de la tierra– ya sea por restricciones culturales o por la implementación de leyes discriminatorias.
De hecho, en las tierras comunales de México menos del 30 % de los inscritos como usufructuarios son mujeres. Esto limita su participación en el sector, entorpece el alcance de su labor y restringe su poder de decisión.
La feminización del sector agrícola
Una ola femenina parece haber atravesado la agricultura para abrir las puertas a nuevas oportunidades y generar una creciente intervención de las mujeres en la fuerza laboral agrícola como productoras independientes o jornaleras asalariadas.
Así, por ejemplo, en la producción frutícola de Chile más del 50 % de las trabajadoras son mujeres; en la industria hortícola mexicana las mujeres representan el 40 % de la masa laboral en el campo y son hasta el 90 % de la fuerza de trabajo en las plantas de embalaje.
En los viñedos de Brasil más del 65 % de los trabajadores son mujeres y, en el caso de la industria florícola, las mujeres representan entre el 60 % y el 80 % de la mano de obra en Colombia y México.
Las agricultoras trabajan en labores de preparación del suelo, trasplante, fertilización, riego, control de plagas, enfermedades, malezas y en la cosecha. Pero también en la selección, empaque o procesamiento de frutas y hortalizas por nuestras habilidades de visión analítica, atención a detalle y comunicación.
Perspectivas actuales
La oportunidad de acceder a grados educativos superiores ha permitido a las mujeres incorporarse a la agricultura de manera profesional. Han pasado del huerto de traspatio de subsistencia a convertirse en ingenieras agrónomas, agroecólogas, biólogas, médicas veterinarias y zootecnistas, entre otras carreras que contribuyen proactivamente a expandir los espacios ocupados por las mujeres. Poco a poco el campo deja de lado los estereotipos de género.
Del mismo modo, han incursionado en la investigación en ciencias agrícolas con temas relacionados con el mejoramiento genético, el control biológico de plagas, la nutrición vegetal, los sistemas de riego, la agricultura de precisión y la gestión integral de los recursos naturales.
Las mujeres del campo están rompiendo paradigmas para generar nuevas oportunidades y ampliar sus áreas de acción. La capacitación está sentando bases sólidas para un escenario más equitativo en el que las futuras generaciones de mujeres sean líderes en el sector agrícola.
Elba González Aguayo, Doctora en Ciencias Agropecuarias, Universidad de Guadalajara
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.