Una de las primeras referencias que tratan el problema de la alimentación de la población mundial, o quizás la primera, es la de Thomas Robert Malthus (1776-1834), un filósofo y clérigo inglés cuya obra principal fue: “Ensayo sobre el principio de la población”, en la cual afirma que la población tiende a crecer en progresión geométrica, mientras que la producción de alimentos solo aumenta en progresión aritmética, por lo que la población se encuentra siempre limitada por los medios de subsistencia. En relación a esto, escribió: “Un hombre que nace en un mundo ya ocupado, si sus padres no pueden alimentarlo y si la sociedad no necesita su trabajo, no tiene ningún derecho a reclamar ni la más pequeña porción de alimento (de hecho, ese hombre sobra). En el gran banquete de la naturaleza no se le ha reservado ningún cubierto. La naturaleza le ordena irse y no tarda mucho en cumplir su amenaza”.
El pensamiento de Malthus mostraba, que el control de los nacimientos, permitiría superar el hecho de que la limitación de los medios de subsistencia pudiera conducir a una hambruna mundial.
Algo más de un siglo después de la muerte de Malthus, aparecen los trabajos de Norman Ernest Borlaug (1914-2009), un ingeniero agrónomo estadounidense considerado el padre de la agricultura moderna y de la Revolución Verde, y llamado por otros como “el hombre que salvó mil millones de vidas”. Los trabajos de Borlaug y su equipo, consistieron básicamente en el mejoramiento genético de especies de trigo, maíz y arroz, para producir cultivares más resistentes a climas extremos y a plagas; además del uso de maquinarias y equipos agrícolas, y la aplicación de fertilizantes, plaguicidas y riego. Con esos avances, a partir de los años cincuenta del siglo XX, se logró incrementar considerablemente la productividad agrícola y la producción de alimentos. En conclusión, entre 1940 y 1984, la producción mundial de granos aumentó en 250%.
Entonces, la Revolución Verde ha sido una respuesta contundente a la teoría de Malthus, y en lugar de buscar una solución al desabastecimiento de alimentos por la vía del control de la natalidad, se busca la vía de producir mayor cantidad de alimentos por unidad de superficie, para poder saciar las necesidades de una población en crecimiento.
Sin embargo, tan pronto las nuevas tecnologías (incluyendo ahora el uso de organismos transgénicos) logran todos esos resultados positivos, comienzan a aparecer movimientos que luchan por la disminución del uso de agroquímicos; y a criticar la Revolución Verde desde los puntos de vista ecológico, económico, cultural y nutricional. De inmediato Borlaug responde a esos grupos de presión ambiental, lo cual se puede resumir de la siguiente manera:
“algunos de los grupos de presión ambiental de las naciones occidentales son la sal de la tierra, pero muchos de ellos son elitistas. Nunca han experimentado la sensación física de hambre. Ellos hacen su trabajo de cabildeo desde cómodas suites de oficina en Washington o Bruselas…..Si vivieran solo un mes en medio de la miseria del mundo en desarrollo, como he hecho por cincuenta años, estarían clamando por tractores y fertilizantes y canales de riego y se indignarían que elitistas de moda desde sus casas les estén tratando de negar estas cosas”.
Para evitar una hambruna nacional, tenemos que ir inmediatamente al campo y tratar de ser muy eficientes para lograr altos rendimientos y proteger al máximo el ambiente. Aplicar, racionalmente, las mejores tecnologías que disponga cada agricultor. No es momento para discutir sobre el impacto ambiental de los fertilizantes y plaguicidas, ya que si se utilizan racionalmente, su impacto es mínimo y tolerable. Quizás sea necesaria una revolución agrícola, la cual además de aplicar los mejores desarrollos tecnológicos del momento, aplique políticas que conduzcan a un crecimiento de la producción de alimentos y su distribución en todo el territorio nacional.
Pedro Raúl Solórzano Peraza es colaborador destacado de Mundo Agropecuario
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