¿Por qué los esfuerzos para lograr la soberanía y la seguridad alimentaria en el mundo, cumpliendo con uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la FAO que es Hambre Cero, deberían estar orientados hacia desarrollar una Agricultura Sostenible y Sustentable?
Para explicar esta pregunta, es conveniente recordar estos dos conceptos relativos a la agricultura:
–Agricultura Sostenible es referida a que se pueda mantener esta actividad durante tiempo infinito al no agotar los recursos utilizados y sin causar grave daño al medio ambiente.
–Agricultura Sustentable es referida a que sea capaz de proveer o suministrar a alguien el alimento necesario para que disfrute de una buena nutrición.
Para defender a la Agricultura Sostenible se ha promovido el concepto de una agricultura ecológica, orgánica o regenerativa, pero a la vez tratando de descartar a la agricultura convencional o química. Esta Agricultura Sostenible se fundamenta en el uso de la naturaleza, con todo el mundo vivo que albergan los suelos, sin agotar los recursos utilizados y sin dañar al medio ambiente para que se mantenga en el tiempo. Pero, ¿estamos seguros que en los momentos actuales, año 2023, una actividad de este tipo puede ser Sustentable?
Durante milenios la agricultura ha estado ayudando a la naturaleza para que sea cada vez más productiva. Como ejemplos tenemos el uso del arado en Mesopotamia desde el año 4 000 a.C. para surcar y acondicionar el suelo antes de la siembra, y la aplicación de abonos orgánicos a los suelos. Luego, desde hace varios siglos, en el período Prehispánico en América se descubrió que hay una serie de productos químicos, naturales, que mejoran abundantemente el crecimiento de las plantas y el rendimiento de los cultivos, como fue el mineral de nitrato de soda nativo de las provincias de Tarapacá y Antofagasta, empleado como fertilizante agrícola por los nativos de esa región (este producto es hoy en día el Salitre Chileno).
Más recientemente, a finales de 1 800, en Europa y Estados Unidos se interesan en el salitre que rápidamente comenzó a escasear, lo cual motivó que a principios del siglo XX, los alemanes comenzaran a sintetizar el amoníaco, base para elaborar material bélico pero también base de todos los fertilizantes nitrogenados. Así comienza un uso importante de estos fertilizantes químicos para mejorar la agricultura.
Otros avances importantes, para el incremento de los rendimientos de los cultivos incluyen el mejoramiento genético para producir genotipos de mayor productividad y más fuertes ante las condiciones ambientales de los sistemas suelo-planta-clima, la aplicación de riego, la mecanización y la síntesis de plaguicidas para la protección de las plantas. Todo esto fue el nacimiento de la Revolución Verde, iniciada en la década de 1 940 por Norman Borlaug y que con el gran incremento de los rendimientos de cultivos clave como trigo y arroz, se logró salvar millones de vidas en Asia, África y América Latina, en contraposición a la Teoría de Malthus quien proponía solucionar el hambre en el mundo con el control de la natalidad.
Norman Borlaug, agrónomo norteamericano, obtuvo el Premio Nóbel de la Paz en 1 970 como reconocimiento en mejorar la seguridad alimentaria y disminuir la pobreza en las regiones del mundo más necesitadas. Posteriormente, comenzaron movimientos dudando de las prácticas que facilitaron esta Revolución Verde. Estos movimientos se respaldaron con la aparición del libro “Primavera Silenciosa” de Rachel Carson, que advertía de los efectos perjudiciales de los plaguicidas en el medio ambiente. Con este respaldo se inspiraron los movimientos ecologistas que fueron muy positivos, ya que se logró que el Departamento de Agricultura de USA revisara su política sobre plaguicidas y se iniciara una mejora importante para evitar daños al ambiente aplicando estos productos, así como también con la aplicación de fertilizantes químicos.
Estos movimientos ecologistas actuales son defensores de prácticas agrícolas regenerativas y agroecológicas, alejadas de la agricultura química, y que sean más parecidas a los métodos tradicionales, para insistir en la conservación de los recursos naturales, el fomento de la salud del suelo y la mejora de la biodiversidad. Esta visión, en la actualidad, tan sesgada hacia la criminalización de la agricultura química debe ser considerada con mucha cautela, ya que se puede desembocar en una gran falta de alimentos para la humanidad. Por ejemplo, veamos lo ocurrido en Sri Lanka hace unos cuatro años:
En el año 2 019, el presidente de Sri Lanka Gotabaya Rajapaksa, prometió al país cultivos “libres de tóxicos” en 10 años. Con este propósito, en el año 2 021 se eliminaron las importaciones de fertilizantes y de plaguicidas químicos, lo cual condujo a disminución acelerada de los rendimientos de los cultivos, que en el caso del arroz, alimento básico de ese país, redujo su producción en 40%. Por supuesto, esta crisis trajo consecuencias nefastas como descontento y revueltas populares, hambre en millones de familias, más de dos millones de niños sufriendo malnutrición, y otra cantidad de problemas económicos, todo lo cual culminó con la renuncia del presidente Rajapaksa.
Evidentemente, esa tragedia alimentaria en Sri Lanka no fue originada únicamente por la adopción de la agricultura orgánica o ecológica. Se realizaron muchas improvisaciones y existieron otros problemas socioeconómicos y políticos que afectaron negativamente este “experimento”.
La Revolución Verde salvó millones de vida con una mejor alimentación y menos pobreza en el mundo. La tecnología base de esta revolución agrícola, con los años ha ido mejorando, entre otras cosas, con la ingeniería genética se han desarrollado nuevos genotipos de alto rendimiento y que, además, utilizan muy pocos plaguicidas; se ha mejorado la maquinaria e implementos agrícolas para que su uso afecte lo menos posible a los suelos; se han desarrollado fertilizantes más eficientes como los inhibidores de la nitrificación para disminuir dosis y pérdidas de N al ambiente; se han desarrollado plaguicidas de nueva generación de menor persistencia en los suelos; se han diseñado nuevos métodos de riego para ahorrar agua; se ha estado creando conciencia en hacer un uso más racional de los insumos y otros recursos, para que el impacto sobre el ambiente sea mínimo y recuperable en el corto plazo. En fin, la tecnología se ha orientado hacia la búsqueda de soluciones para poder disponer de una Agricultura Sostenible y Sustentable.
El intento en Sri Lanka, de adoptar la agricultura orgánica o ecológica, tuvo un efecto contrario al de la Revolución Verde, se generó más hambre y miseria en un alto porcentaje de la población de ese país. Se pone en evidencia que falta mucho por conocer respecto a la aplicación de prácticas agroecológicas, y que no se debe separar la agricultura química de la orgánica para poder tener una Agricultura Sostenible en el tiempo pero Sustentable para evitar el hambre en el mundo, para cumplir el ODS de FAO: Hambre Cero.
¿El fracaso de la agricultura orgánica en Sri Lanka ha sido una oportunidad para ir en defensa de la agricultura química y desacreditar a los movimientos ecologistas y a la agricultura regenerativa? No debería ser.
¿Las consecuencias negativas de la Revolución Verde fue una oportunidad para tratar de prohibir la agricultura química? No debería ser.
Ambos casos han sido oportunidades para mejorar, para darnos cuenta que se necesitan enfoques tecnológicos de la agricultura química junto a métodos agroecológicos, aplicables a las condiciones de cada sistema suelo-planta-clima, para poder ir hacia una Agricultura Sostenible y Sustentable y procurar la seguridad alimentaria de la humanidad.
Pedro Raúl Solórzano Peraza es colaborador destacado de Mundo Agropecuario
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