La dehesa no se rinde: razones y propuestas de un ganadero para que la carne extensiva sobreviva


Jacinto Gómez Santiago
Productor ganadero de carne en la dehesa de Extremadura (España)


En la dehesa aprendimos a vivir con la incertidumbre: llueve cuando quiere y la bellota viene cuando puede. Pero lo que hoy amenaza a la ganadería de carne no es el clima, sino un sistema de precios que no cubre costes, una PAC que exige más de lo que reconoce, una burocracia que nos ahoga, una sanidad animal que nos señala sin atajar los reservorios silvestres, una fauna descontrolada y un agua cada vez más escasa. No vengo a quejarme: vengo a proponer.

Me llamo Jacinto Gómez y soy productor de carne en la dehesa de Extremadura. Al amanecer, cuando abro el portón y los novillos salen hacia el claro, tengo claro que la ecuación ya no cierra: el gasoil, los piensos de apoyo en años secos, los veterinarios, el alambre, la luz del bombeo solar, los seguros… todo sube; el precio en origen, no. Aunque existe una ley que obliga a que el contrato cubra los costes efectivos, seguimos firmando papeles que, en la práctica, dejan el riesgo entero en el lado del ganadero. Primera propuesta: contratos con indexación automática a costes (forraje, energía y mano de obra) y observatorio de precios con datos vinculantes, no “orientativos”. Quien pague por debajo del coste real, sanción. Y para que no digan que pedimos privilegios, transparencia en ambos sentidos: auditoría muestral de costes de producción por tipología de explotación.

La PAC ha sido un salvavidas, pero en la dehesa se está convirtiendo en un rompecabezas de casillas y fotos georreferenciadas que difícilmente reflejan el valor real que aportamos: sumidero de carbono, biodiversidad, prevención de incendios y alimento de calidad producido con bajas emisiones por kilo. He cumplido ecoesquemas que, sinceramente, son más de “click” que de campo; y he visto cómo se duplican controles y condicionalidades. Segunda propuesta: que los ecorregímenes se adapten a la lógica de los pastos arbolados. Pague quien cumple resultados (regeneración de encinar medida en pies jóvenes, cobertura herbácea viva en verano, carga ganadera ajustada a la pluviometría) y no solo prácticas burocráticas. Menos papeleo, más apretón de manos con métricas claras.

Hablemos de burocracia. Los que estamos en el campo somos los primeros interesados en que las ayudas públicas se gestionen con rigor, pero lo de ahora roza lo absurdo: tres ventanillas para el mismo trámite, cuatro inspecciones para mirar lo mismo con distinta plantilla, plataformas digitales que caen el último día. Esto expulsa a los jóvenes y nos roba horas de lo importante: cuidar animales y paisaje. Tercera propuesta: ventanilla única comarcal (presencial y digital), inspección única con acta compartida entre consejerías y el principio de “por cada nuevo requisito, eliminar dos”. Los controles, por riesgo: quien cumple año tras año, menos visitas; quien incumple, más seguimiento. Y, por favor, trámites móviles con cobertura rural asegurada: hay pagos que dependen de un clic que en la dehesa tarda minutos en cargar.

La sanidad animal merece capítulo aparte. En Extremadura convivimos con la tuberculosis bovina, lengua azul en determinadas temporadas y otras amenazas latentes. Nos exigen pruebas, movimientos restringidos y cargas administrativas tremendas, mientras los reservorios silvestres siguen expandiéndose. No tiene sentido testar una y otra vez la misma vacada si el abrevadero lo comparte un jabalí que nadie controla. Cuarta propuesta: plan único de sanidad que integre Agricultura y Medio Ambiente, con control real de fauna reservorio, mejora de bioseguridad en puntos de agua (vallados perimetrales, bebederos elevados, desinfección), compra pública y distribución gratuita de vacunas estratégicas cuando existan, y laboratorios con plazos fijos para no paralizar la vida de la explotación. Y si por sanidad se inmoviliza un rebaño, compensación ágil por lucro cesante: la cuenta de pienso no espera.

Esto nos lleva a la fauna salvaje. Amo ver ciervos cruzando al atardecer y respeto el mundo cinegético, parte de la economía de la dehesa. Pero los desequilibrios poblacionales de jabalí y cérvidos rompen vallados, contagian enfermedades y compiten por el pasto. Quinta propuesta: planes comarcales de densidad con cupos ajustados a la carga ecológica, batidas coordinadas en torno a explotaciones afectadas, y ayudas para cerramientos selectivos allí donde sean necesarios. El Lince y el buitre son emblemas que cuidamos con orgullo; el problema no es la conservación, sino la descoordinación. Conservemos, sí, pero con gestión adaptativa y compensaciones cuando la fauna cause daños.

El agua es la palabra que más se repite en mis libretas. Dos veranos secos seguidos vacían las charcas y obligan a racionar el pastoreo. Hacer un pozo nuevo es una odisea y rehabilitar una vieja noria exige permisos que tardan tanto como un ciclo de lluvias. Sexta propuesta: un plan de microinfraestructuras de agua para la dehesa —charcas de infiltración, abrevaderos con flotador y sombreo, bombeo solar con almacenamiento, zanjas de infiltración en laderas— con tramitación exprés y cofinanciación pública del 60–80% en zonas vulnerables. Además, priorizar la recarga de acuíferos con pequeñas obras y premiar en PAC a quien mantenga cobertura vegetal en estío: cada raíz es una esponja.

No podemos separar agua de manejo del pasto. La dehesa funciona cuando la carga ganadera se ajusta a la pluviometría y cuando el ganado mueve el paisaje, no lo esquilma. Séptima propuesta: ayudas específicas al pastoreo dirigido para prevención de incendios, con contratos plurianuales que remuneren servicios ecosistémicos (reducción de biomasa, apertura de cortafuegos, fertilización natural) y un módulo de seguro por sequía adaptado a la extensiva (índices de NDVI y pluviometría local) que salte automáticamente sin obligar a peleas de peritaje.

Otra pata es capturar valor. Producimos una carne de calidad, con IGP y una historia que cualquiera en el mundo entiende: animales criados al aire libre, bajo encinas, con bienestar y trazabilidad. Pero ese valor no se paga si dependemos de dos mataderos grandes y de una distribución que usa la carne como “reclamo”. Octava propuesta: contratos de suministro estables entre cooperativas y restauración/local retail, apoyo a salas de despiece comarcales y logística refrigerada compartida, y promoción internacional con relato claro: “Carne de dehesa, clima y biodiversidad incluidos”. No pedimos que nos regalen nada, pedimos acceso a mercados que valoren lo que hacemos.

Sin relevo generacional, todo se queda en palabras. Un joven que quiera tomar una finca hoy se enfrenta a barreras de entrada financieras y administrativas que desaniman a cualquiera. Novena propuesta: bonificación total de la cuota de autónomos los dos primeros años, banco de tierras público con prioridad para proyectos extensivos, créditos blandos ligados a planes de mejora (agua, sombra, sanidad, digitalización útil, no postureo) y reconocimiento automático de derechos PAC cuando hay transferencia real de actividad. Además, formación de campo, con mentores y días de finca a finca: la dehesa se aprende andando, no en PDF.

Sé que todo esto exige presupuesto y voluntad política. Pero también sé, porque lo vivo, que cada euro invertido en dehesa vuelve multiplicado: en empleo, en prevención de incendios, en turismo, en fijación de población y en alimentos con apellido. Lo barato, a la larga, es hacer las cosas bien: reglas claras, trámites sencillos, sanidad ordenada, fauna gestionada, agua asegurada y precios que no condenen al productor a vivir de la subvención.

Termino como empecé, con la puerta del cercado entreabierta y los novillos oliendo la mañana. No pedimos aplausos ni monumentos. Pedimos que nos dejen producir con dignidad, que las normas miren al paisaje y no al papel, que se entienda que sin ganaderos no hay dehesa y sin dehesa perdemos una de las mejores herramientas que tiene España para enfrentar el cambio climático y el abandono rural. La dehesa no se rinde; lo que hace falta es que quienes deciden dejen de ver al ganadero como un sospechoso administrativo y empiecen a verlo como lo que es: parte esencial de la solución.


Jacinto Goméz es colaborador destacado de Mundo Agropecuario

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