Medicar y alimentar con piensos industriales al ganado tiene consecuencias para todos


La crisis arancelaria provocada por la Administración Trump ha colocado en primer plano cuáles serán los sectores más perjudicados por los futuros gravámenes a importaciones y exportaciones.


Lourenzo Fernández-Prieto, Universidade de Santiago de Compostela and Daniel Lanero Táboas, Universidade de Santiago de Compostela


Entre los productos que la Unión Europea (UE) pretende gravar como respuesta a los aranceles estadounidenses, se encuentran la soja y el maíz, dos de las principales importaciones desde EE. UU. al Viejo Continente. Este dato nos recuerda el extraordinario impacto que la ganadería industrial provoca sobre la balanza comercial en forma de importaciones masivas de soja y maíz para la fabricación de piensos compuestos o industriales, elaborados con elementos de origen vegetal, animal y mineral.

La implantación en Europa de este modelo intensivo, aunque ventajosa en algunos aspectos, ha tenido graves consecuencias sociales, ambientales y para la salud pública.

Los inicios de la ganadería industrial

La diversificación de la dieta alimentaria desde comienzos de la década de 1950, en el marco de la industrialización de la agricultura, trajo consigo un aumento de la demanda de carne, huevos, leche y derivados (mantequilla, queso, etc.). Esto a su vez provocó un incremento de las importaciones de piensos compuestos, con su consecuencia de déficit comercial agrario.

Este es uno más de los rasgos característicos de la ganadería industrial implantada en Europa occidental durante la segunda mitad del siglo XX, impulsada por el modelo estadounidense de “modernización agraria” en el contexto de la reconstrucción de la Europa de posguerra y de las múltiples ramificaciones del Plan Marshall.

Desde hace unos años, investigadoras e investigadores procedentes de diferentes disciplinas (historia, veterinaria, sociología, economía, etc.) y distintas universidades de la UE nos reunimos periódicamente en el marco de la European Rural History Organisation (EURHO) y de la Red Agriculture, Approvisionement, Alimentation (del Centro Nacional para la Investigación Científica francés) para debatir sobre la historia y evolución de la ganadería europea a lo largo del siglo XX.

De nuestras discusiones, además de un reciente libro (2023), resultó una conclusión principal: en el proceso de transformación de la ganadería europea es posible identificar dos grandes etapas:

  • La primera, en un marco orgánico, entre 1870 y la década de 1930.
  • La segunda, de modernización tecnocientífica, entre 1945 y finales del siglo XX, con la emergencia, en toda su crudeza, de la conciencia de crisis ambiental y de seguridad alimentaria.

Consecuencias sociales, ambientales y para la salud pública

En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar un proceso de intensificación ganadera basado en la aplicación de novedades científico-tecnológicas y en la imposición de una forma de producción industrial. Su actor principal no fueron las familias de pequeños y medianos ganaderos, sino la gran agroindustria subsidiada por los Estados.

La dirección del cambio técnico y de la innovación dejó de beneficiar a los productores, que la mediaban, para orientarse hacia el sector industrial, centrado en la provisión de alimentos baratos para una hambrienta Europa de posguerra.

La expansión de la técnica de la inseminación artificial con semen de ejemplares seleccionados de razas muy productivas es un buen ejemplo de esa tendencia. Pero también otras mejoras en alimentación (piensos de alto rendimiento, ensilado) y la incorporación de novedades tecnológicas como circuitos de ordeño mecánico, tanques de refrigeración, etc.

La ganadería industrial, que se fue implantando con ritmos diferentes en las distintas regiones de Europa occidental, tuvo un alto coste social, económico y cultural, pues solo sobrevivieron aquellas explotaciones mejor capitalizadas y con mayor superficie.

El nuevo modelo industrial, aún hoy predominante, comenzó a ser fuertemente cuestionado a finales del siglo XX no sólo por razones ambientales (consumo de grandes cantidades de agua, gestión de residuos, deforestación, empleo masivo de gasoil, etc.), sino también por motivos relacionados con la salud pública y con el creciente endeudamiento de los agricultores.

La crisis de las vacas locas de mediados de la década de 1990 o la gripe aviar de la primera década del siglo XXI alertaron a la sociedad civil y a las administraciones públicas sobre los riesgos para la salud de los consumidores derivados de la industrialización de la ganadería.

A finales de siglo, algunos países, como Suecia y Reino Unido, empezaron a limitar el empleo de “antibióticos promotores del crecimiento” por su relación con la creciente resistencia mostrada por las enfermedades bacterianas en el ganado bovino, un problema cada vez más preocupante en más ámbitos. La Unión Europea los prohibió en 2006.

Un modelo alternativo: la ganadería de base orgánica

La historia ha demostrado que procesos muy parecidos de especialización ganadera se dieron desde finales del siglo XIX en países y regiones europeas muy diferentes (de Frisia a Galicia pasando por Dinamarca o el norte de Italia). También entonces hubo intensificación productiva, así como mejoras genéticas, en la alimentación y en la salud e higiene animales; todo en el marco de un diálogo constante entre nuevos conocimientos científicos e intereses de las casas de labranza.

La diferencia con el mundo posterior a 1945 no estuvo tanto en el qué como en el de qué manera. Porque la ganadería estaba fuertemente anclada a una agricultura de base orgánica y al propio territorio. Pero también porque los ganaderos fueron sus protagonistas y no simples ejecutores por delegación de las agroindustrias o del Estado.

En la mejora ganadera del primer tercio del siglo XX fueron decisivas las cooperativas locales y regionales de ganaderos, capaces en algunos lugares de crear potentes industrias de transformación. Su relación con los técnicos y las instituciones políticas era fluida –fundamentada en parte en el gran poder electoral de la sociedad rural–, dando lugar a un modelo de mejora ganadera colaborativo y bidireccional que implicaba a sociedad civil, científicos e instituciones.

El reto para la ganadería del presente tiene, pues, mucho que ver con ambos modelos: ¿seguiremos apostando por la importación masiva de piensos compuestos y por un elevado consumo energético o actualizaremos prácticas sustentables de cría del ganado contrastadas históricamente?

Lourenzo Fernández-Prieto, Director Científico CISPAC (Centro Interuniversitario de Paisaxes Atlánticas Culturais) G.I. HISTAGRA. Depto de Historia (USC), Universidade de Santiago de Compostela and Daniel Lanero Táboas, Profesor de Historia Contemporánea. Director del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Compostela (USC), Universidade de Santiago de Compostela

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.



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