Unos pocos grados de diferencia pueden marcar la frontera entre la vida y la muerte de la vid


La vid es uno de los cultivos más emblemáticos del mundo. No solo es la base de la producción de vino, un motor económico y cultural en países de clima mediterráneo tales como España, Italia o Francia, sino que también forma parte de su paisaje, historia e identidad gastronómica.


Àlex Giménez Romero, Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos (UIB-CSIC); Eduardo Moralejo Rodríguez, Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos (UIB-CSIC), and Manuel A. Matias, Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos (UIB-CSIC)


Basta pensar en el valor que tienen los viñedos para el turismo, el empleo rural o la proyección internacional de nuestras regiones vinícolas para entender hasta qué punto el vino forma parte de lo que somos.

Desafortunadamente, este patrimonio está amenazado. Entre los muchos problemas que afectan a los viñedos destaca la enfermedad de Pierce, causada por la bacteria Xylella fastidiosa. Este patógeno, transmitido por insectos que se alimentan de la savia, coloniza los vasos del xilema, el tejido de las plantas que transporta agua y minerales desde las raíces, hasta bloquearlos. ¿El resultado? Hojas secas, un debilitamiento progresivo y, finalmente, la trágica muerte de la vid.

Una enfermedad sensible al clima

Esta amenaza, sin embargo, no se distribuye por igual en todas las regiones, en las que el clima juega un papel crucial. La influencia de las condiciones climáticas es doble: por un lado, afecta directamente al crecimiento de la bacteria y, por otro, a los insectos que la transmiten. La temperatura, en particular, es determinante para el desarrollo de la fastidiosa Xylella dentro de la planta.

Por eso, mientras las regiones cálidas presentan una mayor incidencia de la enfermedad, en las zonas frías es prácticamente inexistente. Históricamente, de hecho, el frío invernal en zonas de Europa con temperaturas continentales ha actuado como un “escudo climático” natural, protegiendo a los viñedos de este devastador patógeno.

El progresivo aumento de las temperaturas globales, sin embargo, amenaza con desmantelar esta barrera natural. Según estudios recientes, el riesgo de que la enfermedad de Pierce se establezca en Europa aumenta de forma generalizada y significativa con el cambio climático.

De hecho, si la temperatura media global supera en 3 °C los niveles preindustriales, la enfermedad podría propagarse más allá de la región mediterránea. El impacto varía por países: Portugal y Grecia enfrentarían el aumento más drástico, mientras que en Francia e Italia el riesgo podría dispararse en las denominaciones de origen protegidas (DOP), con un clima más propicio a la enfermedad, llegando a afectar hasta al 41 % y 82 % de sus regiones vinícolas, respectivamente.

Curiosamente, salvo en zonas costeras de Cataluña, España parece mantener un nivel de riesgo similar independientemente del escenario de calentamiento.

Una mirada con lupa: el papel de los microclimas

En nuestro estudio más reciente hemos querido cambiar la escala de observación. En lugar de analizar siglos de historia o escenarios futuros globales, hemos mirado con lupa al presente para hacernos una pregunta. ¿Qué ocurre si estudiamos la enfermedad a nivel de microclimas?

Para ello utilizamos datos climáticos de alta resolución espacial que permiten detectar variaciones locales de temperatura, incluso dentro de una misma región vitivinícola. No todos los viñedos experimentan el mismo clima: una orientación distinta, una mayor altitud o la proximidad a un valle pueden cambiar notablemente las condiciones térmicas. Asimismo, un mapa de inferior resolución, al dar valores promedio en zonas con relieve, no da cuenta de microclimas en riesgo.

Al combinar esos datos con modelos epidemiológicos, descubrimos que el riesgo de enfermedad no es homogéneo: unos grados de diferencia entre viñedos vecinos pueden marcar la frontera entre la seguridad y la vulnerabilidad de la cosecha.

Cuando el detalle lo cambia todo

El análisis con datos climáticos de alta resolución que llevamos a cabo arrojó un resultado inesperado. En lugar de ofrecer simplemente una imagen más nítida de lo que ya se veía con mapas de menor detalle, las predicciones cambiaron de forma drástica. Zonas que antes parecían seguras, que se habían promediado con otras con menos riesgo, pasaban a mostrar un riesgo elevado cuando se tenían en cuenta las variaciones locales de temperatura.

Comparación del riesgo de la enfermedad de Pierce en el noroeste de la Península Ibérica según la resolución de los datos climáticos empleados. A la izquierda, el mapa elaborado con datos de media resolución sugiere un riesgo limitado a unas pocas áreas costeras. A la derecha, el análisis con datos de alta resolución revela un panorama muy distinto: aparecen extensas zonas de riesgo a lo largo de los valles fluviales y en áreas donde se concentran los viñedos. CC BY-NC

Estas sorpresas se concentraron sobre todo en torno a los valles fluviales. En estos paisajes, el relieve genera fuertes gradientes de altitud, y con ellos cambios bruscos de temperatura en pocos kilómetros o incluso metros. Cuando se utilizan datos de baja resolución, esas diferencias quedan ocultas en los promedios, y el riesgo real no aparece. En cambio, al trabajar con datos más detallados, se revelan áreas vulnerables que antes permanecían invisibles.

La importancia de este hallazgo es doble. Por un lado, demuestra que la resolución climática puede transformar por completo la evaluación del riesgo. Por otro, es especialmente relevante porque precisamente en esos valles suelen concentrarse muchos viñedos. Lo que parecía una falsa tranquilidad en mapas de baja resolución se convierte, al mirarse con más detalle, en un foco de vulnerabilidad para la viticultura.

¿Que significa este descubrimiento para la viticultura?

Estos resultados tienen implicaciones inmediatas. Si los mapas de baja resolución ofrecen una falsa sensación de seguridad, confiar en ellos puede llevar a subestimar el riesgo real en regiones clave. La consecuencia es evidente: se corre el peligro de que la enfermedad de Pierce se establezca en áreas que se creían protegidas y, por tanto, menos vigiladas.

Por eso, la resolución climática deja de ser un aspecto técnico secundario y se convierte en una herramienta crítica para la gestión vitivinícola. Mapas de riesgo de alta resolución permiten identificar parcelas especialmente vulnerables, diseñar planes de vigilancia más precisos y priorizar medidas de control en las zonas con mayor exposición.

Además, este trabajo muestra que la adaptación al cambio climático no se juega solo a nivel global, sino también en la gestión del territorio a pequeña escala. Las denominaciones de origen y las autoridades agrícolas pueden usar esta información para anticipar brotes, orientar prácticas de cultivo o incluso planificar la ubicación futura de los viñedos.

Ante la amenaza de los efectos del cambio climático, donde se esperan transformaciones aún mayores en la distribución del riesgo, trabajar con el máximo detalle disponible es esencial para proteger tanto la producción como el patrimonio cultural asociado al vino.

Àlex Giménez Romero, Doctor en Física de Sistemas Complejos, Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos (UIB-CSIC); Eduardo Moralejo Rodríguez, Investigador colaborador en patología vegetal, Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos (UIB-CSIC), and Manuel A. Matias, Investigador CSIC en Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos, Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos (UIB-CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.



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