Vacunas para peces: ¿riesgo en el plato o salvavidas del mar?


Durante años, la conversación en torno a las vacunas ha estado marcada por episodios de desinformación que han causado daño real.


Antonio Figueras Huerta, Instituto de Investigaciones Marinas (IIM-CSIC)


Por eso, no sorprende que, al hablar de vacunas aplicadas en contextos menos conocidos, como la acuicultura, surjan dudas parecidas. ¿Es necesario vacunar a los peces que criamos para alimentarnos? ¿Puede eso afectar la seguridad del pescado que consumimos?

Una alternativa a los antibióticos

La acuicultura es hoy una de las principales fuentes de alimento para la población mundial. Su crecimiento ha permitido garantizar proteína de calidad a precios asequibles, pero no sin riesgos sanitarios. En los entornos de cultivo acuático, las enfermedades infecciosas tienen un impacto considerable. Virus, bacterias y parásitos se propagan con rapidez entre animales mantenidos en sistemas intensivos: provoca pérdidas que se estiman en más de 10 000 millones de dólares al año y afecta a cerca del 10 % de la producción global.

Durante mucho tiempo, la respuesta habitual fue recurrir a antibióticos. El problema es que su uso intensivo y, en ocasiones, poco regulado ha traído consecuencias indeseadas. No solo ha favorecido la aparición de bacterias resistentes, sino que ha generado residuos en los productos, ha alterado los ecosistemas acuáticos y ha encendido alarmas en salud pública. Por ello, en muchos países, especialmente aquellos con acuicultura tecnificada como Noruega, se ha apostado por otro camino: la vacunación.

Vacunación por inmersión

Las vacunas aplicadas a peces funcionan de forma similar a las utilizadas en humanos. Su objetivo es preparar al sistema inmunológico para responder eficazmente ante un patógeno, sin que el animal llegue a enfermar. Algunas utilizan microorganismos muertos que no pueden causar infección. Otras recurren a versiones debilitadas de los agentes patógenos que inducen una defensa sólida.

También se emplean vacunas que solo incorporan partes del agente infeccioso, como proteínas específicas, y otras más recientes utilizan secuencias de ADN o ARN que instruyen al propio organismo del pez para producir una proteína y entrenar así sus defensas.

A diferencia de las vacunas humanas, que se administran mayoritariamente por inyección, en peces existen métodos adicionales. Algunas se aplican por inmersión, sumergiendo al animal en una solución durante unos minutos. Otras se integran directamente en el alimento, lo que permite vacunar a grandes cantidades de animales sin necesidad de manipulación individual ni generación de estrés.

¿Y si luego nos los comemos?

Una de las preguntas más frecuentes es si todo esto tiene alguna implicación para quienes comen pescado. La respuesta es clara: no. Las vacunas utilizadas en acuicultura no dejan residuos nocivos, no permanecen activas en la carne del pez, no contienen microorganismos viables capaces de infectar a seres humanos y son diseñadas específicamente para estimular el sistema inmunitario del pez, no el nuestro.

Además, antes de llegar al mercado, cada vacuna debe pasar por procesos de aprobación que incluyen rigurosos ensayos de seguridad, eficacia y control de residuos. Existen incluso periodos de espera entre la última vacunación y la cosecha que aseguran que el producto final sea completamente seguro para el consumo.

Al igual que ocurre con otros animales destinados al consumo humano, como pollos, cerdos o vacas, la vacunación es una práctica habitual para prevenir enfermedades y garantizar la seguridad alimentaria. En este sentido, los peces vacunados no son una excepción, sino parte de un enfoque coherente para proteger la salud pública desde la producción primaria.

Desde el punto de vista sanitario, vacunar peces es una medida que beneficia a todos. Disminuye de forma considerable el uso de antibióticos, lo que ayuda a frenar la amenaza global de la resistencia antimicrobiana. También mejora el bienestar animal, ya que los peces enferman menos, crecen mejor y viven en condiciones más estables.

Retos presentes

Aunque la tecnología ha avanzado mucho, todavía existen áreas por desarrollar. No todas las especies de cultivo cuentan con vacunas eficaces, y algunas enfermedades, en especial las parasitarias, siguen sin una solución preventiva clara.

También se estudian nuevas formas de administración, como las vacunas producidas en plantas comestibles que podrían mezclarse directamente con el alimento. Estas alternativas no solo facilitarían la inmunización masiva, sino que reducirían aún más los costes y el impacto ambiental.

Vacunar peces no es un capricho biotecnológico ni una estrategia de laboratorio desconectada de la realidad. Es una herramienta concreta, basada en décadas de ciencia, que permite mantener la producción de pescado en condiciones sanas, seguras y sostenibles.

Quien hoy coma pescado procedente de sistemas de cultivo puede tener la certeza de que ese alimento ha sido producido bajo normas sanitarias estrictas, que ha pasado controles y que, si ha sido vacunado, está mejor protegido frente a enfermedades y no representa ningún riesgo para quien lo consume. Muy al contrario: los beneficios son múltiples. Para los peces, para los productores, para el medioambiente y para todos nosotros.

Antonio Figueras Huerta, Profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Investigaciones Marinas (IIM-CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.



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