RÍO DE JANEIRO – Alimentos con sostenibilidad son la contribución que puede dar Brasil a la paz mundial, al haber desarrollado tecnologías de agricultura tropical, sostiene Roberto Rodrigues, exministro de Agricultura (2003-2006).
Por Mario Osava
“La seguridad alimentaria es indispensable para la estabilidad social y política, para la paz. El ser humano con hambre se vuelve violento”, destacó, para apuntar que el tema se volvió central en la agenda mundial debido a la pandemia de covid-19 y la invasión de Rusia a Ucrania.
La pandemia aumentó la demanda de muchos países por alimentos en un momento de bajas existencias mundiales y rompió algunas cadenas de producción. Como resultado, se produjo una “inflación global” y ahora todo se agravó por la guerra en Ucrania, dijo Rodrigues a IPS desde la ciudad de São Paulo.
Los dos países en conflicto son grandes exportadores de trigo y maíz, productos que Ucrania no podrá sembrar si la guerra, comenzada el 24 de febrero, se prolonga por un segundo mes más, ya que se siembra en la primavera boreal. Ese país europeo es, además, el mayor productor mundial de aceite de girasol, seguido de Rusia.
“La pandemia abrió dos ventanas de corto plazo a la humanidad, la seguridad alimentaria y la sostenibilidad. Es la agricultura la que atiende a esas dos necesidades y solo podrá hacerlo en el cinturón tropical compuesto de América Latina, África subsahariana y parte de Asia”: Roberto Rodrigues.
Otro gran impacto global se debe a los fertilizantes, de que los dos países, además de Bielorusia, involucrada en la guerra como aliada fronteriza de Rusia, son importantes proveedores. Brasil, por ejemplo, importa 85 % de los tres macronutrientes, potasio, fósforo y nitrógeno, y Rusia es la principal fuente, con 23 % del total importado.
Esos países no suspendieron la exportación, pero la guerra trabó el transporte en la región. Los precios de fertilizantes, en alza desde el año pasado, volaron para arriba.
Inseguridad alimentaria e inflación
Así la inseguridad alimentaria creció en el mundo por una oferta que no pudo acompañar el aumento de demanda y también por la inflación, que afecta principalmente los sectores de la población sin ingresos suficientes.
“La pandemia abrió dos ventanas de corto plazo a la humanidad, la seguridad alimentaria y la sostenibilidad. Es la agricultura la que atiende a esas dos necesidades y solo podrá hacerlo en el cinturón tropical compuesto de América Latina, África subsahariana y parte de Asia”, apuntó Rodrigues, agrónomo de profesión.
Son regiones que tienen mucha tierra aún disponible para la siembra y cuya agricultura puede ganar mayor productividad. Es donde Brasil puede cumplir un papel singular, según el exministro, quien actualmente coordina el Centro de Estudios del Agronegocio en la Fundación Getulio Vargas, complejo universitario privado de São Paulo.
Productividad tropical
Brasil tiene el liderazgo en “tecnologías de productividad y producción con sostenibilidad” en tierras tropicales, por lo que “su papel trasciende la exportación de alimentos, la tecnología vale más que el producto”, sostuvo.
El área cultivada de granos en el país aumentó 91 % desde 1990, mientras la producción creció cuatro veces más, 363 %, suele mencionar Rodrigues, para explicar como Brasil se convirtió en mayor exportador de varios productos agrícolas, como soja, azúcar y jugo de naranja. Hace 50 años importaba 30 % de los alimentos que consumía.
Uno de los factores de productividad es el clima tropical, con sol y lluvia por muchos meses del año, que permite a los agricultores brasileños obtener dos y hasta tres cosechas al año, explicó. Al cultivo de soja, por ejemplo, se intercala el de maíz o algodón, entre el verano y el otoño.
En cambio, la poca fertilidad de la mayor parte de los suelos, exige una abundante fertilización.
Además de alimentos, el sector genera 19 % de la energía brasileña. La caña de azúcar es la principal fuente de agroenergía, como materia prima del etanol, cuyo consumo casi alcanza el de la gasolina, y de generación eléctrica con residuos de la caña.
Pese a ser una potencia agrícola, este país sudamericano podría producir mucho más, sin la “subutilización impresionante de sus factores de producción”, evaluó Ladislau Dowbor, profesor de economía de la Universidad Católica de São Paulo.
Este país con más de 8,5 millones de kilómetros cuadrados (850 millones de hectáreas) y 214 millones de habitantes, cuenta con 350 millones de predios rurales, de los que 225 millones son de tierras cultivables.
Pero el economista observó que se siembra de hecho en apenas 63 millones de hectáreas, según el censo agrícola de 2017, efectuado por el estatal Instituto Brasileño de Geografía y Estadística.
Es decir, 160 millones de hectáreas solo sirven como patrimonio o “se subutilizan con ganadería extensiva, una forma disfrazada de especulación con la tierra”, señaló a IPS desde São Paulo.
Ese bajo o nulo aprovechamiento del suelo incumple la función social de la propiedad exigida por la Constitución brasileña y evidencia la falsedad del argumento de que es necesario deforestar la Amazonia para ampliar la producción agrícola, sentenció Dowbor, prolijo autor de libros en que destaca el conocimiento como principal factor económico actual.
Exportar conocimiento
Más que producir para la exportación, el aporte brasileño a la seguridad alimentaria en el mundo serán sus tecnologías de agricultura tropical. “No dar el pez, sino enseñar a pescar”, resumió Rodrigues haciendo uso del universal mantra de Confucio.
La siembra directa, la integración cultivo-ganadería-bosque, la recuperación de tierras degradadas y la fijación de nitrógeno en el suelo por bacterias inoculadas en semillas son algunas tecnologías de eficacia comprobada.
Pero Brasil ya intentó exportar sus conocimientos de agricultura tropical a África, incluso instalando allá, desde la primera década de este siglo, oficinas de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa), un complejo estatal de 43 centros de investigación que fue clave en el desarrollo agrícola nacional.
La iniciativa no tuvo éxito hasta ahora, debido al poco interés de los campesinos africanos, por razones culturales, pero resultará algún día, porque “tendrán que producir sus alimentos”, según la percepción de Rodrigues, quien participó del esfuerzo de internacionalización.
“El tema estratégico no es la agricultura, sino los alimentos, que acercan campo y ciudad por el consumo y son tan o más importantes que la energía. Uno puede vivir sin electricidad, pero no sin alimentos”, apuntó.
Ambiente negativo
Pero el especialista reconoce que la falta visión estratégica afecta la agricultura brasileña. Ocurre con los fertilizantes, cuya producción nacional no acompañó ni de lejos la expansión de los cultivos de granos, y con la sostenibilidad ambiental.
La dependencia externa es casi total, de 95 %, en potasio. “Incrementar su producción lleva 20 años”, pero hay alternativas para reducir la necesidad de importaciones, como aumentar el uso de abonos orgánicos, incluso en compuestos orgánicos-minerales, matizó el agrónomo.
Rodrigues evalúa incluso que si no se logra importar suficientes fertilizantes químicos a causa de la guerra y la pandemia, se puede prescindir de ellos en un primer año. “Se pierde un poco en productividad, pero no en ingresos”, gracias al alza de precios, observó. Hay mucho fertilizante acumulado en la tierra y que sobra de las últimas siembras, acotó.
“La geopolítica en el mundo de hoy se basa en alimento, energía y medio ambiente”, opinó, para subrayar la necesidad de incrementar la atención a la preservación ambiental y apartar la agricultura sostenible de “las inaceptables ilegalidades” atribuidas al agronegocio, como la deforestación, los incendios forestales y la apropiación ilegal de tierras públicas.
“Los verdaderos enemigos del agronegocio son una minoría que representa 2 % de los predios rurales y deforestó ilegalmente dos tercios del área perdida desde 2008 y el Cerrado y en la Amazonia”, evaluaron dos investigadores del sector en un artículo publicado en el diario Estado de São Paulo, el miércoles 23 de marzo.
Raoni Rajão, profesor de la Universidad Federal de Minas Gerais y especialista en monitoreo remoto, y Eduardo Assad, exjefe de la unidad de Informática de Embrapa, advierten sobre “el movimiento lento, pero sólido, de sustitución de los productos brasileños”, en países importadores que rechazan la creciente deforestación y otros delitos ambientales en el Brasil actual.
Muchos países, incluso China, ya buscaban reducir su dependencia de importaciones agrícolas. La pandemia y la guerra en Ucrania acentuaron los esfuerzos por pasar de seguridad alimentaria a la soberanía alimentaria, una tendencia que debe afectar las exportaciones brasileñas, lamentan Rajão y Assad.
ED: EG