Este es un artículo de opinión de Timothy A. Wise, investigador principal en el Instituto de Medio Ambiente y Desarrollo Global de la estadounidense Universidad de Tufts.

Por Timothy A. Wise
CAMBRIDGE, Estados Unidos – El 17 de marzo, la presidenta de México, Claudia Scheinbaum, promulgó una reforma constitucional que prohíbe el cultivo de maíz transgénico.
La medida se tomó como respuesta a un fallo dictado en diciembre por un tribunal comercial, en virtud del acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC), a favor de una denuncia de Estados Unidos.
Ese país alegaba que el decreto presidencial mexicano de 2023, con restricciones más amplias al consumo de maíz transgénico, constituía una práctica comercial desleal al prohibir el uso de maíz transgénico en las tortillas (unos panes redondos y planos de maíz nixtamilizado, básicos en la dieta mexicana).
El gobierno mexicano se mostró públicamente en desacuerdo con el fallo, alegando que los tres árbitros no habían tenido en cuenta las pruebas científicas presentadas por México durante el año que duró el caso.
Sin embargo, el gobierno decidió acatar la sentencia y derogó las tres partes específicas del decreto que se consideraban restrictivas para las futuras importaciones de maíz transgénico desde Estados Unidos.
No obstante, el gobierno mantuvo intactas las medidas del decreto que eliminaban gradualmente el uso del herbicida glifosato, establecían un protocolo para el seguimiento de las importaciones de maíz transgénico al país y prohibían el cultivo de maíz transgénico en el país.
La enmienda constitucional consagra esta última medida de manera más permanente. Si bien el maíz transgénico ha enfrentado restricciones de siembra durante más de una década, la prohibición constitucional representa un importante acto de resistencia y soberanía, especialmente a la luz de la decisión errónea del tribunal.
El panel comercial no considera las pruebas
El maíz es fundamental para la agricultura, la gastronomía, la nutrición y la cultura de México. México es el centro de origen del maíz, donde se domesticó hace miles de años. Sigue siendo el núcleo de la agricultura, la dieta y la cultura del país. Como reconoció la presidenta Sheinbaum al aprobar la prohibición constitucional del cultivo de maíz transgénico,»sin maíz no hay país».
En defensa del decreto mexicano de 2023, el panel reconoció que el gobierno presentó pruebas científicas procedentes de fuentes cualificadas y acreditadas sobre «los riesgos para la salud humana derivados del consumo directo de granos de maíz transgénico en México, y los riesgos para el maíz nativo de la contaminación transgénica derivada de la propagación involuntaria, no autorizada y no controlada de maíz transgénico en México».
Esas pruebas se resumen en una extensa publicación de la agencia nacional de ciencia de México.
El tribunal comercial desestimó las preocupaciones sobre esos riesgos en su fallo, esencialmente eximiéndose de revisar las pruebas científicas sobre los riesgos para la salud humana con el argumento de que México no había realizado una evaluación de riesgos aprobada «basada en principios científicos pertinentes», en referencia a los códigos internacionales vigentes para esos procesos.
El panel tampoco evaluó los riesgos para el maíz nativo. México presentó pruebas sólidas de que el maíz transgénico ha polinizado variedades de maíz nativo, un flujo genético que amenaza con socavar la integridad genética de las 64 «variedades autóctonas» del país y más de 22 000 variedades adaptadas por los agricultores a lo largo de milenios a diferentes suelos, altitudes, climas, alimentos y costumbres.
El tribunal argumentó que no era necesaria una protección especial contra el maíz transgénico porque el flujo genético ya se produce a partir de variedades híbridas de maíz no transgénico, y la contaminación transgénica no es diferente del flujo genético no transgénico.
«México no ha demostrado que la amenaza que supone el maíz transgénico para las tradiciones y los medios de vida de las comunidades indígenas y agrícolas sea mayor que la que supone el maíz no autóctono y no transgénico», escribió el panel. La polinización cruzada del maíz híbrido «podría amenazar igualmente la integridad genética del maíz nativo», añadió.
Equiparar la contaminación por maíz transgénico con la del maíz híbrido es una grave interpretación errónea de la ciencia y de la cultura mexicana.
Los organismos genéticamente modificados (OGM), por definición —y según las definiciones explícitas de la enmienda constitucional—, implican cruzar las fronteras entre especies, introduciendo, por ejemplo, un gen de una bacteria en una planta de maíz para repeler insectos.
Por el contrario, el maíz híbrido se produce mediante el cruce de diferentes variedades de maíz, y los descendientes resultantes siguen siendo maíz puro, sin genes ajenos al maíz en su ADN.
Los agricultores mexicanos tienen una larga tradición en el desarrollo de algunas de sus propias variedades de polinización cruzada, combinando intencionadamente una variedad autóctona con un híbrido que tiene las propiedades que el agricultor desea.
Esta polinización cruzada no tiene nada que ver con la contaminación indeseada del maíz transgénico, impuesta a los agricultores sin su consentimiento informado. Ellos lo llaman «contaminación genética».
Esto puede suponer un riesgo a largo plazo para las variedades autóctonas. Los rasgos transgénicos no siempre se manifiestan tras la contaminación.
Esto significa que los agricultores pueden propagar sin saberlo dicha contaminación a partir de su polen, año tras año, a otras plantas de maíz. Investigadores mexicanos descubrieron esta contaminación en su estudio de 2013 sobre variedades autóctonas de maíz.
El biotecnólogo Antonio Serratos informó de que algunas de las variedades autóctonas que encontró incluso en la Ciudad de México tenían rasgos transgénicos en su ADN.
«En los campos mexicanos se está creando maíz nativo transgénico», me dijo en ese momento. «Si se venden o intercambian semillas de maíz (transgénico), la contaminación crecerá exponencialmente. Ese es el punto de no retorno», añadió.
El intercambio de semillas en peligro
La recomendación alternativa del tribunal para controlar el flujo genético no deseado sugería que «las prácticas informales de intercambio de semillas de las comunidades indígenas y agrícolas» eran uno de los «problemas subyacentes» que México debía abordar para prevenir la contaminación, en lugar de restringir las importaciones.
Limitar el intercambio de semillas es totalmente contrario a la ciencia de la diversidad y la evolución de las semillas, afirma la investigadora Erica Hagman, que ayudó a preparar la defensa de México en la disputa del T-MEC.
La rica diversidad de maíz de México es el resultado directo de milenios de prácticas adaptativas de los agricultores en sus campos. La sugerencia del tribunal de que México limite dicho intercambio de semillas para evitar la contaminación del maíz transgénico va en contra de las prácticas de conservación in situ de la biodiversidad agrícola.
La prohibición constitucional de México sobre el cultivo de maíz transgénico garantiza que este razonamiento erróneo no guíe las políticas públicas. La enmienda se reforzó con propuestas de la sociedad civil que ampliaron la prohibición a las nuevas semillas modificadas genéticamente, prohibiendo cualquier cultivo «producido con técnicas que superen las barreras naturales de reproducción o recombinación, como los transgénicos».
Esto limita algunas de las nuevas generaciones de cultivos modificados genéticamente.
Aunque la reforma constitucional no incluye parte del texto original que restringía el consumo de maíz transgénico, sin duda en deferencia a la resolución comercial, la versión final muestra una clara preferencia por los cultivos no transgénicos, dejando la puerta abierta a una regulación más estricta.
Tania Monserrat Téllez, de la coalición Sin Maíz No Hay País, calificó la reforma como «un gran paso adelante para la defensa de las variedades nativas de maíz, la salud de la población mexicana y la protección del patrimonio biocultural de México asociado al maíz».
Timothy A. Wise es autor de Eating Tomorrow: Agribusiness, Family Farmers, and the Battle for the Future of Food (Comer mañana: agroindustria, agricultores familiares y la batalla por el futuro de los alimentos, New Press, 2019) e investigador del Instituto de Desarrollo Global y Medio Ambiente de la estadounidense Universidad de Tufts.
