¿Recibe un trato adecuado el ganado? ¿Es la ganadería una práctica sostenible? Cuestiones como estas han suscitado un intenso debate público en torno a esta actividad en los últimos años.
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Isabel Blanco Penedo, Universitat de Lleida; Fernando Estellés Barber, Universitat Politècnica de València; Juan José Pascual Amorós, Universitat Politècnica de València; Juan Manuel Corpa Arenas, Universidad CEU Cardenal Herrera; Luis Varona, Universidad de Zaragoza; Morris Villarroel, Universidad Politécnica de Madrid (UPM); Paloma García Rebollar, Universidad Politécnica de Madrid (UPM), and Pedro Luis Lorenzo González, Universidad Complutense de Madrid
Existen numerosos argumentos y datos que alimentan esta controversia, pero no hay tantos análisis empíricos sobre la construcción del conocimiento social y las diferentes posturas sobre este tema.
Los investigadores finlandeses Timo Häkli y Eemeli Hakoköngäs han analizado en profundidad este debate, generando conclusiones que se pueden trasladar a las sociedades de otros países.
Posicionamiento ante la ganadería
Häkli y Hakoköngäs se han basado en la teoría de representaciones sociales. Así, cada consumidor es libre para decidir si está a favor o no de la producción ganadera, pero normalmente justifica su decisión atendiendo a una o la totalidad de las siguientes representaciones sociales contrapuestas:
- Los defensores de los derechos de los animales frente a quienes defienden que tenemos el derecho de servirnos de ellos.
- Los intereses de los productores frente a los de los consumidores de los productos.
- Los intereses de la población rural frente a los de la urbana.
- Retos y desafíos de la ganadería en la búsqueda de la sostenibilidad frente a la ganadería como un problema para el medio ambiente.
Curiosamente, sólo la primera representación social tiene que ver con los animales, mientras que los otros factores son claramente antropocéntricos.
Público, industria y expertos
Los científicos (y las asociaciones científicas) nos podemos ver implicados en todas estas representaciones sociales, aunque más inmersos en la segunda y la cuarta. Intentamos mejorar los sistemas de producción considerando los nuevos estándares de la sociedad y tomando en cuenta su efecto sobre el medio ambiente. Muchas veces trabajamos en colaboración con el sector e informamos a los consumidores sobre los procesos y aspectos de la producción animal.
No obstante, en un segmento considerable de las personas que trabajan en los sectores ganaderos se baraja la hipótesis de que el público no está educado, no es consciente o está mal informado acerca de las prácticas agrícolas modernas.
Estas suposiciones a menudo llevan a adoptar un enfoque de “modelo del déficit de conocimiento”: la suposición de que las preocupaciones del público sobre ciertos temas se deben a déficits en la comprensión. Sin embargo, numerosas investigaciones en psicología y sociología demuestran que las ideas del público son complejas, dependen de la situación y que, en el caso de riesgos alimentarios, se ve igualmente afectada la confianza pública que tienen en instituciones y expertos.
Una posible aproximación pasa por considerar la discrepancia entre el sector ganadero y el público general, o entre expertos y público, como una confrontación entre la realidad ganadera, el conocimiento objetivo de los expertos y las distorsiones subjetivas del público. Sin embargo, este tipo de enfoque no parece ni correcto ni útil, ya que se basa en discrepancias (modelo del déficit de conocimiento) en lugar de identificar puntos de encuentro y de negociación.
El papel del científico en el debate público
La construcción del conocimiento cotidiano es a menudo una batalla de poder para sacar a la luz una versión propia de la realidad. Entre las discusiones sobre la ganadería y las diferentes partes implicadas, suele estar ausente un actor que no siempre tiene una voz unida ni coherente: la del científico-investigador.
El científico-investigador está bien valorado por la sociedad (consumidores, etc.) y suele tener en cuenta tanto el conocimiento de la industria y del campo como sobre las nuevas demandas de la sociedad. Además, su interés no reside en el problema ético de consumir o no animales, ni en problemas más relacionados con la geopolítica, sino en cómo ayudar a cuantificar la calidad de vida de los animales de granja, usando el método científico para aportar luz sobre el problema ético.
La disparidad de opiniones plantea una serie de retos. Si se mantiene la percepción del modelo del déficit de conocimiento, parece complicado avanzar hacia un consenso. Además, se deben tener en cuenta las aportaciones de la psicología, la sociología y la etnografía. Por lo tanto, el mejor camino a seguir implica un enfoque interdisciplinar, psicosocialmente sólido y contextualizado, con transparencia y acceso a la información necesaria.
Iniciativas que tienden puentes
Poco a poco, se están desarrollando diversas iniciativas para tender puentes y entender el debate.
El propio sector ganadero, en su intento de mejorar la percepción pública de la ganadería, lleva a cabo jornadas de puertas abiertas y visitas guiadas por ganaderos. Además, algunas asociaciones de defensa de los animales colaboran con los diferentes sectores ganaderos.
En el caso de la investigación, nos queda un largo camino para seguir ofreciendo argumentos fundamentados en la evidencia científica y experiencias prácticas sobre cómo los sistemas de producción ganadera pueden tener efectos ambientales positivos y el rol crucial de la ganadería en la conservación de ecosistemas, la prevención de incendios y el mantenimiento de comunidades rurales.
El verdadero desafío ético no radica en eliminar el consumo de proteínas de origen animal, sino en mejorar los sistemas de producción para que sean más sostenibles y responsables, y aseguren el acceso a alimentos nutritivos para quienes más lo necesitan. La solución no está en imponer restricciones desde una posición privilegiada, sino en encontrar el equilibrio entre el bienestar animal, la sostenibilidad ambiental, la dignidad de la población rural y la lucha contra la pobreza alimentaria.
Haciendo camino, hace 14 años se fundó la Unión de Entidades Españolas de Ciencia Animal (UEECA) para intentar afrontar este problema de manera conjunta entre el Ministerio de Agricultura de España y las asociaciones científicas de varias especies. Dentro de estas asociaciones también hay jóvenes investigadores, desde veterinarios hasta ingenieros agrónomos y biólogos, que intentan entender e informar sobre este debate de la producción animal en la sociedad.
Resaltar también a la Red Científica de Bienestar Animal (RedCIBA), que tiene el objetivo de promover la colaboración de la investigación en el bienestar animal en España.
Así que, si está pensando en apoyar o no la ganadería, piense que seguramente esté haciendo frente a argumentos de las cuatro representaciones sociales anteriormente comentadas, y que los científicos pueden dar retorno a la ciudadanía y al sector desde la ciencia y dialogar con los diferentes grupos, aunque tengan ideas opuestas.
Este artículo ha sido escrito en colaboración con la veterinaria Teresa Nuez Polo, vicepresidenta de la Asociación Española de Ciencia Avícola y secretaria de la Unión de Entidades Españolas de ciencia animal.
Isabel Blanco Penedo, Profesora de Bienestar Animal y Ganadería Ecológica, Universitat de Lleida; Fernando Estellés Barber, Profesor Titular en Producción Animal, Universitat Politècnica de València; Juan José Pascual Amorós, Catedrático de Nutrición Animal, Universitat Politècnica de València; Juan Manuel Corpa Arenas, Catedrático de Histología y Anatomía Patológica Veterinarias. Vicerrector de Ordenación Académica y Digitalización, Universidad CEU Cardenal Herrera; Luis Varona, Catedrático de Mejora Genética Animal, Universidad de Zaragoza; Morris Villarroel, Profesor de Ciencia animal, Universidad Politécnica de Madrid (UPM); Paloma García Rebollar, Profesora de Producción Animal, Universidad Politécnica de Madrid (UPM), and Pedro Luis Lorenzo González, Catedrático de Universidad en el Departamento de Fisiología de la Facultad de Veterinaria, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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