Mirar el suelo: cómo entender y mejorar la salud del suelo en un solo huerto


¿Dónde comienza la jardinería exitosa? ¿Desde comprar semillas, plántulas, fertilizantes o un bonito sombrero de jardinería? No, el primer paso hacia cosechas ricas comienza con comprender cómo cuidar la tierra, especialmente si planeas obtener productos orgánicos de tu jardín.


El otoño es un período en el que evaluar la salud del suelo al final de la temporada es un paso importante para los jardineros y jardineros. Una evaluación de este tipo ayuda a comprender el estado actual de un recurso crítico, identificar problemas potenciales y desarrollar medidas óptimas para restaurar y preparar la tierra para la próxima temporada.

La evaluación de la salud del suelo en otoño incluye varios aspectos como la estructura del suelo, el contenido de nutrientes, los niveles de pH y la presencia de plagas.

Si bien muchas personas dan por sentada la salud del suelo porque las malas hierbas crecen en todas partes, el cultivo requiere profundizar en el tema. 

Toma un puñado de tierra, enróllalo entre tus palmas y pásalo por tus dedos. Cual es el resultado? ¿La tierra se pega muy fuerte o, por el contrario, pasa como arena? ¿Ves restos de materia orgánica o el suelo es de color gris pálido? Y sí, no se limite a tomar muestras de una sola cama. Dentro de un sitio, el suelo puede variar mucho.

Hay algunos signos generales de la salud del suelo que pueden determinarse mediante la vista y el tacto. Primero. El suelo debe estar lo suficientemente suelto para que las raíces se desarrollen cómodamente, pero al mismo tiempo lo suficientemente denso para que la capa superior no se la lleve el viento. Segundo. Debe tener un color marrón oscuro intenso; esto indica la presencia de materia orgánica fértil para la nutrición de las plantas.

Por supuesto, al igual que las malas hierbas superresistentes, las plantas cultivadas pueden echar raíces en suelos arenosos empobrecidos e incluso crecer como mínimo, pero obtendrán un rendimiento mínimo.

Normalmente, el suelo ideal para la jardinería es aproximadamente un 40% de arena, un 40% de materia orgánica y un 15% de arcilla. El 5% restante está formado por agua y canales libres del suelo por donde circula el oxígeno.

Por lo tanto, haga algunas pruebas de suelo desde el principio para saber con qué está trabajando. La disponibilidad de nutrientes en el suelo es un factor importante para el crecimiento y desarrollo de las plantas. La evaluación de los niveles de macronutrientes esenciales como nitrógeno, fósforo y potasio, así como de micronutrientes como hierro y zinc, ayudará a determinar si será necesario aplicar fertilizante adicional.

La materia orgánica es la base. A diferencia de la arcilla y la arena, la materia orgánica es responsable de la nutrición de las plantas y, sin ella, el suelo está muerto. Si hay poca materia orgánica, entonces no puede prescindir de fertilizantes durante la temporada. Además, necesitará una mezcla de tierra y fertilizantes foliares líquidos.

¿Recuerda que las etiquetas de los fertilizantes para el suelo indican principalmente la proporción de NPK? Estas letras representan nitrógeno, fósforo y potasio, los tres componentes básicos de las plantas. Pero tus cultivos también necesitan otros minerales como calcio (Ca), azufre (S), magnesio (Mg), carbono (C), zinc (Zn), cobre (Cu), hierro. (Fe) y manganeso (Mn). Puedes suplir su carencia a corto plazo con abonos foliares, o recurrir a una estrategia orgánica al final de la temporada.

Enriqueciendo constantemente el suelo con materia orgánica y haciendo compostaje directamente en el sitio (en una zanja), puede reducir su dependencia de los fertilizantes minerales del suelo.

Las lombrices de tierra son un verdadero barómetro de la vitalidad de tu suelo. 10 lombrices por pala es casi ideal. En caso contrario, conviene recurrir al vermicompostaje, es decir, criar lombrices para suministrar vermicompost. Puedes hacer una granja de lombrices en una vieja caja de madera; no es difícil y no requiere conocimientos entomológicos especiales.

Pero es necesario conocer las preferencias de los cultivos en determinadas características del suelo. Digamos que los tomates crecen mejor en suelos ligeramente ácidos. También requieren altos niveles de fósforo y potasio para florecer y fructificar. Si los tomates reciben demasiado nitrógeno, se volverán exuberantes y crecerán, pero darán muy pocos frutos. Y, por el contrario, el repollo necesita lo contrario: suelo neutro o ligeramente alcalino y fertilización con nitrógeno constante para que crezca una repollo.  

Una vez decididas las necesidades de las plantas y planificadas las camas, verifique los parámetros del suelo comprando un probador de suelo. Luego haga los ajustes correspondientes. Si el suelo es demasiado alcalino, agregue más materia orgánica: estiércol podrido. La turba también es adecuada para agregar acidez natural.

Para reducir la acidez, utilice cal. La cal agrícola (carbonato de calcio) y la cal dolomítica (carbonato de calcio y magnesio) son dos opciones para elegir.

Y, por supuesto, no te olvides de los cultivos de cobertura. El rábano oleaginoso (o semilla) se encargará de la compactación, especialmente en suelos arcillosos debido a la formación de raíces; el trigo sarraceno, como abono verde, enriquecerá el suelo con nitrógeno y fósforo; la consuelda enriquecerá el suelo con potasio. No dejes ni un solo centímetro a las malas hierbas, protege siempre la tierra, y ella seguro que te lo agradecerá. 

Por último, evaluar la presencia de plagas como las babosas o el escarabajo de la patata de Colorado también puede desempeñar un papel importante a la hora de prevenir posibles problemas. Muchas plagas pueden pasar el invierno en el suelo.